Hace unos días me contactó una exalumna de física, pidiéndome apoyar con una carta la iniciativa para que un libro, custodiado en la Biblioteca Nacional y Archivos de Bolivia en Sucre, sea incluido en el programa “Memoria del Mundo para América Latina y el Caribe” de la Unesco.
El libro de marras es nada menos que una copia de celebre tratado de Galileo Galilei, Diálogos en torno a los dos máximos sistemas del mundo, impreso el año 1632 en idioma italiano. La copia conservada en Sucre es parte de una edición en latín del año 1641, un año antes de la muerte del insigne científico.
Con gusto acepté colaborar y escribí a la Unesco una carta de respaldo, pero además he decidido difundir, mediante esta columna, esa iniciativa que, de ser acogida —y no lo dudo—, dará lustro a la Biblioteca Nacional de Sucre.
Confieso que desconocía, como la mayoría de mis lectores, la existencia de ese ejemplar, de modo que me invadió la curiosidad de saber más acerca de la historia de su llegada a Bolivia.
La primera edición de este bestseller, que toma abiertamente partido por la “revolución copernicana”, representó en su tiempo todo un desafío a las autoridades religiosas de la Iglesia Católica, que ya tenían al polémico físico en la mira.
El pecado mayor de Galileo, a los ojos de sus jueces, fue defender a Copérnico sin mostrar pruebas científicas categóricas (como las actas de Maduro) y además divulgando —en la lengua del “vulgo”— el sistema heliocéntrico. Un tribunal eclesiástico, compuesto por jesuitas adversarios suyos, terminó por incluir el libro en el Index librorum prohibitorum, obligando a Galileo a abjurar de sus ideas, aunque sin llegar a excomulgarlo. Galileo abjuró (la desafiante frase “eppur si muove” es una leyenda) y el tribunal decretó su arresto domiciliario de por vida, como hacen nuestros fiscales. Por su parte, Galileo dedicó sus últimos años a poner las bases de la ciencia moderna; su mayor contribución.
Un año antes de su muerte se reimprimió, en Francia, el libro en latín, que era el idioma oficial de los científicos europeos. Un ejemplar de esa edición “prohibida” llegó a Bolivia, presumiblemente en la mochila de un jesuita perteneciente al grupo que dirigía, desde su fundación (1624), la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Javier de Chuquisaca. ¿Se usó el libro en la docencia en esa joven universidad? No lo sabemos a ciencia cierta, pero no lo podemos excluir, en vista de que en Bolivia hoy nadie profesa la teoría geocéntrica de Ptolomeo y unos pocos la “evocéntrica” del MAS.
Esta historia me inspira algunas reflexiones, que manifesté en la carta enviada a la Unesco.
En primer lugar, está la importancia histórica del libro: Galileo puso todo su prestigio, ganado con sus trabajos experimentales en la astronomía, al servicio de la revolución copernicana, llegando a arriesgar su vida ante los defensores del sistema ptolemaico, presuntamente validado por la Biblia.
Luego, el hecho de que ese libro proscrito llegó a Bolivia en manos de jesuitas contrasta con el ensañamiento de otros jesuitas de la Curia por condenar a Galileo. A pocos días de la partida del padre Eduardo Pérez, es bueno recordar que hubo y hay jesuitas ejemplares y que ellos son la inmensa mayoría de esa orden.
Por último, el libro hoy custodiado en Bolivia revela el interés de un anónimo científico jesuita, seguidor de Galileo, por divulgar la nueva ciencia en el Nuevo Mundo, seguramente con mayor libertad que en Europa.
Para terminar, recordaré que recién en 1992 la Iglesia ha reconocido su error, pero sin aclarar si la culpa fue de Evo o de Lucho.