La celebración de Halloween en Bolivia ha suscitado un debate impostergable sobre la influencia de las corrientes culturales extranjeras y la preservación de nuestras idiosincráticas tradiciones autóctonas. El antagonismo entre esa festividad y la de Todos los Santos, una celebración ancestral impregnada de una espiritualidad profunda, revela un dilema existencial sobre la identidad cultural boliviana.
Resulta curioso observar cómo Halloween, incentivada por los medios de comunicación masivos (redes sociales) y la omnipresente cultura globalizada, ha seducido a la juventud proporcionando una nueva opción de festejo, junto con la celebración de costumbres que veneran a los difuntos y mantienen viva la memoria colectiva. Mientras Todos los Santos constituye un nexo inquebrantable con los ancestros, reforzando el sentido comunitario, Halloween introduce una representación sin otra preocupación que la interacción propia de cualquier fiesta. La globalización por un lado tiende a uniformizar los comportamientos globales y por otro visibiliza las tradiciones locales, de ese modo lo global y lo local conviven y en algunos casos se mezclan.
En este contexto, las dos manifestaciones conviven sin afectarse una a otra. Los jóvenes disfrutan la fiesta de Halloween disfrazándose de monstruos tenebrosos que se divierten y luego participan de la llegada de las almas de sus familiares recién fallecidos, sin ningún trauma, en procesos de alta interacción social. Cabe resaltar los aspectos positivos de la globalización, particularmente en relación con las festividades de Halloween y Todos los Santos.
Es evidente que existe un incremento notable en el interés del mercado hacia Todos los Santos, lo que se manifiesta en la afluencia de personas a los mercados tradicionales, días previos a la celebración, con el fin de adquirir, cañas de azúcar, dulces y otros productos relacionados con las mesas de difuntos. Las t’anta wawas poseen múltiples significados, cada uno de los cuales desempeña un papel relevante en el contexto de las creencias andinas. Tras la conclusión de los dos días de Todos los Santos, en los valles de Cochabamba, especialmente en las zonas rurales, se lleva a cabo la wallunk’a, un festejo lúdico que, desde una perspectiva andina, busca contrarrestar la tristeza generada por la muerte, a través de un ritual de coqueteo entre los jóvenes de la comunidad, que presagian relaciones que pueden generar vida, garantizando la reproducción de la sociedad.
En conclusión, Todos los Santos y Halloween generan simultáneamente múltiples satisfacciones y coexisten armoniosamente en un país que se inserta activamente en el contexto de la globalización. Estas festividades impulsan una interacción constante entre sus participantes, a través de juegos, intercambios y revisiones de las costumbres. Aunque la fiesta de Todos los Santos está más profundamente enraizada en los sentimientos familiares y comunitarios, vinculada a la memoria y el respeto por los antepasados, Halloween ha ganado terreno por su carácter lúdico y globalizado. Sin embargo, preocuparse por cuál de estas dos tradiciones podría prevalecer sobre la otra carece de sentido, ya que la globalización, si bien tiende a uniformizar ciertos comportamientos a nivel planetario, también tiene el efecto de fragmentar y hacer más visibles las diferencias culturales.
Es innegable que hoy en día hay una mayor cantidad de personas celebrando Halloween en diferentes partes del mundo, pero también existe un resurgimiento de las prácticas y tradiciones ancestrales en distintos continentes. Ambas festividades se mantienen vivas y vigentes, sustentadas por una de las capacidades más extraordinarias de la sociedad humana: la comunicación. Esta habilidad no solo permite que las tradiciones sean transmitidas de generación en generación, sino que, también posibilita la coexistencia de celebraciones aparentemente dispares, enriqueciendo el panorama cultural global y local. En lugar de verlas como fuerzas opuestas, es mejor reconocer que ambas festividades encuentran su lugar en una sociedad que, a través de la comunicación, logra celebrar tanto lo ancestral como lo moderno.
El autor es estudiante de ciencias de la comunicación