Debemos ser realistas y reconocer que hoy en día no sólo tienen vida las parejas íntimas constituidas y que están casadas. Ahora es “normal” que tengan relaciones sexuales las personas que se gustan, que se aman, que se conocen o que simplemente se les antojó pasar la noche juntos. También es socialmente valido, en esta época, tener sexo en toda suerte de modalidades: novios, amigovios, marinovios, amigos con derecho…
Además, da igual si es una relación esporádica, virtual, cibernética o tan sólo un encuentro casual. Todas se consideran apropiadas.
Aunque podría concluirse que, como ahora las parejas tienen más experiencia y se conocen más íntimamente, sus relaciones conyugales serían más perdurables, pero no es así. Hoy en día lo inusual es que los matrimonios sobrevivan y no que se acaben porque los valores que promueve la cultura materialista -individualismo, facilismo y permisividad- van en contra de la honestidad, generosidad, esfuerzo, respeto, etc. que son esenciales para construir una relación de pareja armoniosa y perdurable.
Como tales virtudes no coinciden con la filosofía de vida centrada en el placer usual en nuestros días, las posibilidades de que los matrimonios perduren se han ido reduciendo tanto que son casi una “especie en vías de extinción”.
En tiempos pasados, el matrimonio se consideraba un pilar fundamental de la sociedad, una institución que proporcionaba estabilidad y estructura. Sin embargo, hoy en día, nos encontramos inmersos en un panorama donde la tasa de divorcios ha alcanzado niveles significativos, y cada vez más personas optan por no casarse en absoluto.
Uno de los factores que contribuye a esta transformación es el cambio en las expectativas individuales. En épocas anteriores, el matrimonio solía ser visto como un deber social, un paso natural en el curso de la vida adulta. Sin embargo, la sociedad contemporánea valora la autonomía y la búsqueda de la felicidad personal, lo que ha llevado a que las personas busquen relaciones basadas en la conexión emocional y la realización personal, en lugar de obedecer las normas preestablecidas.
La revolución de las comunicaciones también ha impactado en las relaciones. La globalización y la conectividad constante han implicado las posibilidades de interacción social, permitiendo que las personas se conozcan y establezcan conexiones en una escala sin precedentes.
Esto ha llevado a un aumento en las relaciones a larga distancia, desafiando la idea tradicional de que el matrimonio implica compartir un espacio físico constante.
Además, la evolución de los roles de género ha jugado un papel crucial. La lucha por la igualdad ha llevado a una redefinición de las expectativas en las relaciones, con un énfasis en la equidad y la colaboración en lugar de los roles predeterminados. Esta transformación ha desembocado en un replanteamiento de las dinámicas matrimoniales, a veces desafiando las estructuras tradicionales y provocando tensiones en las relaciones más convencionales.
Lo más triste es que cada vez más parejas se contentan con la convivencia. Sin ataduras, sin apegos, la relación de compromiso, estabilidad y el “para siempre” se va desvaneciendo de a poco.
¿Aumentará la unión libre? Y si…
La siguiente interrogante es ¿generará más felicidad?