Este escrito, como todos, está sujeto no solo a la interpretación del lector, sino también a la enseñanza que quieran adquirir de él. No es un escrito religioso, léelo con confianza, es un pensar que refleja un compromiso personal porque como Pedro (el apóstol) dijo cuando estaba con Juan ante el Sanedrín: “Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, lo mismo sucede conmigo ahora, no puedo quedarme callada con lo que vi y oí.
Solo que a diferencia de Pedro que él lo expuso ante la máxima autoridad judicial y administrativa en asuntos religiosos y en cierta medida en asuntos civiles y criminales dentro de la comunidad judía, lo que le dificultaba mucho hacerlo sin correr riesgos; yo lo hago ante ustedes, claramente no hay punto de comparación, pues no me flagelarán por esto.
Las razones por la cuales para ellos era muy difícil hablar eran varias, les relato un poco el contexto para mejor comprensión. Los miembros del Sanedrín tenían autoridad y poder, eran figuras respetadas, enfrentarlos significaba desafiar la élite religiosa. También tenían conocimiento, cualquiera que hablare ante ellos tenía que estar muy preparado para la interpelación. Ni qué decir del riesgo de castigo, pues hablar ante ellos podía representar encarcelamiento, flagelación o incluso la pena de muerte. Jesús, por ejemplo, fue condenado por el Sanedrín antes de ser entregado a las autoridades romanas para su crucifixión. Definitivamente el ambiente de ese lugar era muy hostil, enfrentarlos requería una gran valentía, pues lo menos que hacían era ridiculizar públicamente a quienes los cuestionaban. En resumen, Pedro y Juan estaban predicando un mensaje que contradecía la enseñanza oficial, lo que hacía que hablar ante ellos fuera sumamente peligroso. ¿Cuál era ese mensaje? Pues el mensaje de Jesús. ¡Ojo! Pedro y Juan eran hombres sin letras y del vulgo, pero eran escuchados por todos por el poder subyacente y eso representaba amenaza ante el Sanedrín.
Mi caso es diferente, lo puedo hacer libremente ante todos y todos tienen la libertad de leer, creer, entender, retener o desechar. No corro ningún riesgo y aún si lo corriera, no me quedaría callada. Me encantaría explicar el milagro vivido, pero los milagros no se explican, porque por su naturaleza son eventos extraordinarios que trascienden las leyes naturales y la comprensión humana. Son inexplicables por que violan las leyes naturales, se perciben como intervenciones divinas, están ligados a la fe y no podemos forzar a la razón o la ciencia, siempre generan asombro y, por último, nos recuerdan la limitación humana. Todo esto y más lo viví.
Los milagros no se explican, solo se los acepta y se los comparte porque eso fortalece la fe, invita a otros a creer en Jesús, es otra forma de dar gratitud y alabanza a Dios públicamente, compartirlo es un acto que puede tener un impacto profundo tanto en quien lo comparte –en este caso yo– como en quienes lo escuchan o leen.
Dios tiene la capacidad de convertir las tormentas en testimonios y eso pasó con dos de mis hijos al salir casi ilesos (un brazo roto en uno y otro con un pequeño daño en el pulmón y una costilla) de un vuelque de campana en medio de la nada, auto destrozado, aparición de un buen samaritano que los rescata, los transporta duranta seis horas entre cerros y bloqueos, los embarca en un avión y me los manda para que sean atendidos en el hospital y en pocos días en la casa. ¡Lo que hace que recuperemos la esperanza en la humanidad también! Explicar el milagro no puedo, solo agradecer por él y no quedarme callada con lo que he visto y oído.