Las noticias de cada día que van aconteciendo rápidamente alrededor nuestro no dejan de alimentar muchas preocupaciones que no sabemos cómo aliviar. En efecto, parecería que nos hemos acostumbrado a prestar más atención a lo “malo, feo y negativo”, y así se lo pedimos a los medios de comunicación si no, cambiamos de canal; es muy raro alegrarnos y tranquilizarnos con algunas buenas nuevas que nos dejen ir a dormir en paz. Como el conflicto es grande alrededor nuestro, tendemos a encerrarnos cada vez más en nuestro círculo inmediato, buscando serenidad y felicidad personal y familiar, cada vez más aislados.
El resto nos indigna y preocupa demasiado, nos quita el sueño. La excesiva violencia a menudo dirigida hacia las mujeres, la imparable intolerancia de los unos a los otros, la vulnerabilidad generalizada, el deterioro medioambiental, el desempleo peligrosamente real, las estafas y el robo al orden del día, el egoísmo imperante, la negación del otro en sus sueños y aspiraciones, el conjunto creciente de ilegalidades y sus lavados, la inseguridad y la incertidumbre a flor de piel, la inestabilidad económica con la fuga y ocultamiento de dólares y el cierre de un banco, las imposiciones bancarias y especulativas ante quienes exigen sus ahorros en la moneda que los generó pero los devuelven en moneda nacional, la desesperación que circula a lo grande y siembra ansiedad a diestra y siniestra han hecho de nuestra vida una experiencia de poco sosiego, transformado nuestro vivir en comunidad en una suerte de pesadilla que recuerda un fluir existencial en una sociedad de desparramado dolor. Y si lo dudas, ponte a escuchar a los demás. Ya no es suficiente pensar que la gente ya no se contenta de lo poco.
No vivimos bien. Lo sabemos, pero como que preferimos olvidarnos para seguir en la rutina de lo que hacemos. Han saltado los espacios de encuentro y construcción de lo social bien pensado y bien habido. Es verdad: nos quejamos y somos lapidarios en el diagnóstico, retroalimentando una constante insatisfacción y pretensión del otro lo que nosotros no estamos dispuestos a dar.
El miramiento y el quedarse allí en lugar de actuar, no facilita la salida de un impasse que se ha tornado vicioso. Es tiempo de pensar en lo virtuoso de cambios interconectados, es decir contemporáneos y dirigidos a diferentes frentes de tal forma que se genere interdependencia y, como tal, sus mejorías les permitan dinamizarse mutuamente. Cambios trascendentes a nivel de un sentido de vida más colectiva y comunitaria hechos de acuerdos paciente pero tozudamente construidos; reformas en nuestro ethos, la mentalidad, el pensamiento y el comportamiento que nos caracteriza como sociedad; innovaciones a nivel de educación y formación; otra manera de vivir y hacer política; valores y principios de una ciudadanía distinta.
Fácil escribirlo, pero difícil de realizar. Para eso se necesita idear las condiciones que nos ayuden a juntarnos en la firme voluntad de pensar en el bien de un “todo” y no en las “partes” que reúnen sólo nuestro interés específico.
Ya no podemos esperar la mejor de las Bolivias, pero sí ir construyendo una Bolivia mejor. Un ideal que cíclicamente florece, pero esta vez fundamentado sobre la voluntad de interponerse al marasmo rutinario e intervenir proactivamente en redefinir la vía por donde transitar, aportando confianza y conciencia del rol que le toca a cada uno en la construcción de un destino deseado.
Nuevamente, son tiempos de ponernos de acuerdo, de contratos sociales, de relacionarnos y unirnos en torno a algo que nos corresponde y compete en son de la responsabilidad de estar al mundo y en estos lares. Busquemos motivos para juntarnos: las generaciones futuras esperan de la nuestra esa tranquilidad y serenidad que ahora no se tienen, pero no por eso, no nos esforcemos en crear las condiciones para generarlas. No nos queda otra que asumir el reto de cambiar de vía para bien nuestro, de todos, ahora y después.