Las imágenes de la señora Áñez detrás de rejas me han conmovido, en primer lugar porque tengo la suficiente compasión para sentir pena por quien está privado de libertad, debe ser mi herencia cristiana, y en segundo lugar porque se trata de una mujer, esa debe ser mi herencia patriarcal, algo de lo que está de moda renegar estos días.
Pero tengo que decir que siento un gran mea culpa por no haber puesto mi granito de arena en denunciar el encarcelamiento de otra mujer, hace algo más de un año, me refiero a la señora Hermosa.
Las situaciones de las dos señoras encarceladas tienen grandes similitudes, en primer lugar porque se las ha detenido por delitos que no han cometido, y que no han tenido lugar, en segundo lugar, porque esto ha sucedido por motivos políticos. Ambas situaciones deberían indignarnos por igual.
Más allá que la señora Áñez estuvo en condiciones de hacer que se evite la injusticia contra la señora Hermosa, lo cierto es que ambas son víctimas ya no de un partido político, sino de un sistema judicial montado en medio del estiércol.
En ambos casos tenemos a la vista a la madre de todas las injusticias, y de la corrupción: el abuso de poder. Ese comportamiento tan claro y tan atroz ahora, tan claro y tan atroz durante el gobierno de la señora Áñez y tan claro y tan atroz durante el gobierno de Morales.
El sistema judicial boliviano está podrido, ya no sabemos desde hace cuánto tiempo. Y es un peligro, como lo hemos visto, no solo para la clase política, sino para todos los ciudadanos.
Al inicio del nuevo gobierno había buenos augurios respecto de una reforma judicial que acabaría con esta situación, ahora parece que esas esperanzas han desaparecido.
Si Bolivia quiere convertirse en un país más justo debe modificar en forma contundente la costumbre de detener “preventivamente” a sus ciudadanos. Ya es un abuso hacerlo con personas que tienen solo una acusación, es por supuesto mucho peor, cuando ni siquiera eso es necesario para hacerlo.
Creo que la señora Áñez debe ser liberada de la prisión preventiva en forma inmediata, no solo porque su detención violenta nuestro sistema jurídico, sino porque tenemos que acabar con esa práctica, aun tratándose de las más horrorosas sospechas.
Por lo demás, es obvio que si en estas circunstancias tuviera lugar un juicio contra la expresidenta Áñez, este simplemente no sería justo, como tampoco lo sería uno contra Evo Morales, (él y los suyos, responsables directos del descalabro en el que hemos estado viviendo los bolivianos desde hace casi un año y medio).
Desenvilecer la justicia en nuestro país es una tarea extremadamente difícil, precisamente bajo un régimen que no cree en las bondades de la democracia, y que tiene como paradigma un sistema ajeno a esta. Casi podríamos estar seguros que esto no será posible mientras el Movimiento al Socialismo esté en el poder.
Y, sin embargo, a pesar de que las señales nos dicen otra cosa, tengo todavía confianza en las buenas intenciones del ministro de Justicia, tengo la esperanza de que, de alguna manera, luego de esta semana amarga, la parte sensata del MAS vuelva a tomar las riendas del Gobierno. Nunca es demasiado tarde, ni demasiado temprano, para enmendar errores.
Estos últimos episodios no tienen que ver con las heridas históricas que como casi todas las sociedades, también tiene la nuestra. Aquí estamos en un arreglo de cuentas entre detentores del poder, algo que, aunque no honorable, es también parte de la vida política, pero que no puede bajo ninguna circunstancia convertirse en la columna vertebral de esta.
La señora Áñez tiene que ser puesta en libertad, la señora Hermosa debe ser recompensada por los daños a los que fue sometida, y tenemos que trabajar todos para cambiar el sistema judicial, no tiene que interesarnos el color político de las personas para indignarnos ante las injusticias o los excesos. No debemos verlas como heroínas o villanas de acuerdo con nuestras preferencias ideológicas.