Quizás, el antecedente más claro de dominio indígena en Bolivia fue el que ejerció el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en su tiempo histórico político y social más trascendental. Esa fue una coyuntura clara de poder dual que tuvo sus frutos pero que, con el devenir, deterioró el tejido social y político del país.
El MNR supo conducir, con ese dominio, a un acuerdo bilateral entre el poder del gobierno y los indígenas. Un cogobierno complejo y arriesgado en cuanto a sus consecuencias posteriores. Fruto de ello fue una ruptura al interior del mismo universo indígena.
Ese quiebre tenía que ver con la voluntad de autogestión y de lucha por la necesidad de libertad política, de acción y de decisión.
El indio había estado sometido por años a un patrón que mandaba en su voluntad y en su vida. Sin embargo, el MNR direccionó su política hacia una lucha conjunta que determinó el quiebre hegemónico sociopolítico de un Estado oligárquico, desembocando en la Revolución del 52.
Pese a ello, es innegable que los indígenas, campesinos, mineros y clase proletaria, fueron conducidos, de la mano de un poder político que transformó las bases estructures sociales, económicas y políticas de Bolivia.
Los hitos históricos del Gobierno del MNR, fueron un parteaguas determinante para el devenir. Es decir, a partir de la Revolución del 52 y todas sus transformaciones, Bolivia ingresó a un escenario de democratización. Sin embargo, persistió una continuidad poscolonial.
El MNR antepuso sus finalidades netamente político-partidistas antes que un proceso reivindicativo de los sectores con los que había pactado. Esto impulsó a la formación se grupos sociales amaestrados leales al partido.
Engancho estos antecedentes sociales y políticos en la historia de Bolivia, con los 14 años de gobierno de Evo Morales y dos y medio de Arce Catacora. Desde luego, salvando las distancias históricas, sociales, políticas y, claro está, de verdadero liderazgo.
Morales, el MAS y su “proceso de cambio” fueron y son un verdadero fiasco. Su gobierno y sus mecanismos discursivos sólo sirvieron para implantar y entronizar el caciquismo y el sometimiento de las culturas originarias a su palabra y autoridad. Un colonialismo interno de dominio y subordinación que hasta ahora forma parte de su programa político. ¡Relación: patrón y pongo!
La voluntad de poder y de autogestión en el universo de esas culturas originarias, simplemente fueron y continúan siendo una utopía.
Morales implantó un servilismo feudal, unos mecanismos de adoctrinamiento que avergüenzan y desvirtúan la verdadera lucha por de la liberación de los pueblos originarios.
¿Cuál fue la estructura social, política y administrativa que sostuvo y blindó a Morales durante 14 años y más de una bipolaridad social y una crisis de identidad agudas y que además le permitió compensar su desfigurada imagen como presidente y caudillo con una de indígena y defensor de los derechos de estos?
La impermeabilidad de Morales radicó (a) en que siempre mantuvo un juego político ambiguo y demagógico. Era (es) de izquierda, socialista y revolucionario en público y, capitalista, derechista, autoritario y capataz en privado.
El MAS no es un partido político, nunca lo fue, es un movimiento social que con el transcurso del tiempo se convirtió en un depósito de residuos ideológicos tóxicos: derechas e izquierdas, oportunistas, intelectuales, agitadores, llunk’us, neoliberales, marxistas, demócratas, tecnócratas, plutócratas e hipócritas.
Hay pues, un colonialismo interno que se mimetizó (a) con la imagen de un expresidente mestizo con apariencia de indígena impostor que orbita en un eje monolítico, tirano y vertical.
Ese gobierno que se pavoneaba y gastaba dinero público en público, forjó una Bolivia a tres velocidades: en primera, los círculos sociales y políticos que capitalizan su aproximación incómoda al MAS y que se sientan, in-cómodamente, en la misma silla azul voladora, a honrar su poder económico.
En segunda, está esa capa social flotante que no acaba de encontrar su nicho sustancial como pieza activa de un sistema económico que le ayude a prever su futuro.
En tercera, la nación clandestina que, aún en esta coyuntura “participativa y de cambio”, no asoma su rostro inclusivo, jamás asomó: los innombrados, las culturas originarias que solo están ahí para dar la cara en tiempos de promoción política y que aún viven de su pasado y subsisten su presente sin un futuro real.
La contradicción más grande del gobierno de Evo tiene que ver con el quiebre de políticas y respeto hacia pueblos indígenas que se constituían como guardianes de la madre tierra.
La paradoja más grande de Evo y sus 14 años de eternas contradicciones estuvo en el abandono total de una gestión basada en el etnodesarrollo que empodere, social, política y culturalmente a los pueblos originarios.
Etnodesarrollo, es esa capacidad social que propone el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil, de un pueblo para construir su futuro, utilizando para ello las enseñanzas de su experiencia histórica, y los recursos reales y potenciales de su cultura, de acuerdo a un proyecto que se adapte a sus propios valores y aspiraciones futuras.
Bonfil plantea la Teoría del control cultural. Menciona que esta es una manera de control social, que afecta directamente la capacidad de decisión sobre los elementos culturales.
El control cultural, enfatiza, no es absoluto ni abstracto, sino histórico. “Las decisiones propias dan como resultado, con elementos propios, culturas autónomas y con elementos ajenos, culturas apropiadas; las decisiones impuestas resultan en culturas enajenadas con elementos propios, o en culturas impuestas con elementos ajenos.
Desde la autonomía es posible construir, la cultura de la pluralidad, un espacio donde se admitan y se valoren las diferencias.”
Nada de eso sucedió ni sucederá. El etnodesarrollo se convirtió en un mito, en una utopía. En un contrasentido a los privilegios de mandar sin obedecer la autoridad del pueblo.
El Estado boliviano sigue siendo el peor criminal del siglo XXI que se apodera de las conciencias y de las identidades para que sólo subsistan sus necesidades que deben ser atendidas en calidad de bonos y de subsidios. La victoria de Catacora como presidente fue el efecto pandemia.
Fue la tormenta perfecta para estimular los sueños delirantes de sus leales con antiguas vacas gordas de hace 6 o 7 años. La pandemia angustió a los que se hicieron ricos de la noche a la mañana. Angustió a los que se sintieron huérfanos de padre que tuvo que huir precipitadamente hacia malos aires.
Angustió a los descamisados, al mejor estilo burdo del peronismo, que habían logrado construir sus infiernos de corrupción y zapateaban sus fiestas sin pudores ni límites gracias a un personaje endiosado.
El terror a perderlo todo o, cuando menos, a no lograr nunca más lo que obtuvieron en 14 años, fue una catapulta para regresar, de nueva cuenta, a las manos de sus captores.
Esta es la Bolivia social históricamente irresuelta. La que difícilmente se librará de la figura del caudillo, del caudillismo, de un feudalismo que se traduce en esa relación de amo y esclavo, capataz y pongo. Los que se enamoran de sus victimarios.
Síndrome de Estocolmo a la boliviana. Catacora podría ser perfectamente el alumno fogonero y abanderado que aprendió muy bien las lecciones básicas de cómo ejercer un desgobierno mediocre, antidemocrático e injusto, y otras artes milenarias durante 14 años.
¡La tea de corrupción que dejó encendida Evo y el MAS, nadie la podrá apagar!
El autor es comunicador social.