Leo en la prensa que los campesinos de la comunidad tarijeña de Tolomosa, afectada por las últimas heladas, rechazó una muy generosa donación del Gobierno. Esta última consistía en... ropa interior y calcetines. Es probable que los del Gobierno, al escuchar la palabra “helada”, hayan pensado que el principal problema de esa comunidad era el frío. O la falta de calzones, no sé.
Los habitantes de Tolomosa, a quienes quisiera felicitar por esta prueba de dignidad, habrían exigido ayuda más útil, como abonos y semillas. Es una pena que muy probablemente nunca conoceré esa comunidad.
En cualquier caso, esta historia me parece un excelente ejemplo de estupidez burocrática. Me refiero a lo que sucede cuando las decisiones las toman funcionarios sin mucha capacidad intelectual (pero con carnet del partido) a miles de kilómetros de los interesados.
Constatamos acá que las prioridades de unos burócratas en La Paz son más importantes que las necesidades reales de los ciudadanos. Hay que contar esta historia a los loquitos que sueñan con un Estado superpoderoso que controle cada aspecto de nuestras vidas.
Me asalta una pregunta final. Se informa que habrían llegado 2.552 calcetines. ¿Serán exactamente 1.276 pares o, como siempre sucede, se habrán perdido algunas decenas por ahí? La desaparición aleatoria de calcetines es uno de los fenómenos más constantes y misteriosos de la existencia.
Por cierto, asumiendo que el Gobierno nunca aprende de sus errores, ¿será que esto de la ropa interior de donación se generaliza y se vuelve política de Estado? ¿Tendremos todos, en unos meses, derecho a un calzón por año o por mes? ¿Vendrán con los colores de la wiphala o serán azules? ¿Su uso será obligatorio bajo pena de cárcel?
Espero que al menos sean creativos y no le pongan “Bono calzón”. ¿Alguna idea de qué nombre merecería esta genial ideal del Gobierno?