Gonzalo Sánchez de Lozada Sánchez Bustamante es, definitivamente, el campeón del sarcasmo en Bolivia.
Tiene cuentas pendientes en nuestro país, pero se le ocurre dirigirse a la gente nada menos que para proponer una nueva Constitución Política del Estado (CPE).
Tiene derecho a hacerlo, pero primero tendría que dejar claras sus responsabilidades en hechos como la guerra del gas y, retrocediendo más todavía, la masacre de Amayapampa, de la que se lavó las manos con una habilidad magistral.
Goni, el empresario minero que impuso un Código de Minería a su medida, se atreve a hablar de autoritarismo. Dice que la actual CPE es excesivamente presidencialista, así que hay que limitar los poderes de los gobernantes. Yo creo que su percepción es acertada, pero me parece mucha sinvergüenzura que sea él quien lo diga. Es igual que su fugitivo exministro Sánchez Berzaín hablando de derechos humanos.
En su criterio, deberíamos reformar la Constitución para pasar de un sistema presidencialista a uno parlamentario, en el que el Poder Legislativo sea el que elija al jefe o jefa de Estado.
Quitarle el poder de elegir a un electorado que se equivoca a la hora de votar es un castigo ejemplar, pero, en el caso de Bolivia, el remedio sería peor que la enfermedad.
El señor Sánchez de Lozada tendría que recordar, y si no sabe debería enterarse, que el Legislativo boliviano tiene una historia mayoritariamente integrada por malas decisiones, corrupción y, últimamente, por una notoria degeneración en la capacidad intelectiva de la mayoría de sus integrantes.
La apertura y amplitud que permitió el ingreso de integrantes de las grandes mayorías nacionales al Parlamento no mejoró el funcionamiento del país, sino todo lo contrario. Hemos llegado a extremos inauditos en los que los asambleístas ni siquiera tienen nociones básicas de política, como ese esperpento que dijo que el socialismo era ser tan sociable como cree ser él.
Los cuerpos deliberantes, y más aún los legislativos, fueron concebidos para aglutinar a las personas más sabias de sus respectivas sociedades. Con sus conocimientos e inteligencia, estos debían elaborar leyes que faciliten el progreso y felicidad de sus naciones. Lo que los bolivianos tenemos, en cambio, es un corral al que puede ingresar cualquier animal, con plumas o sin ellas, que va a calentar el asiento y levanta la mano, o no lo hace, según ha determinado su partido.
Estamos en los tiempos de la imbecilidad. Los eruditos y los letrados han sido apartados del ejercicio del poder, que ahora está en manos de los bufones que, para colmo, creen tener la capacidad de gobernar. ¿A esa fauna quiere entregar Goni la potestad de elegir gobernantes?
Estamos mal, pero, si le haríamos caso al mariscal de Amayapampa, estaríamos peor.