El ilustre jurista alemán Rudolf von Ihering llama “asesino judicial” al que mansilla la administración de justicia, señalando que éste “se hace asesino, como el médico que envenena al enfermo”.
Por analogía, más allá de clásicas tipificaciones penales, queremos referirnos al mal administrador de la salud —que no siempre es médico—. Existen casos en los que encubiertamente el “mandón” tiránico de una caja de salud es un sindicalista ocioso declarado en comisión o un político sin oficio, ambos constituidos en una forma de asesino aún más peligroso que el judicial.
No obstante los millonarios créditos otorgados por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) con destino a la construcción de 20 hospitales, no existe uno solo edificado, pero el pueblo tendrá que pagar esta deuda. Se debía capacitar médicos en el extranjero y… nada. Los médicos, enfermeras y personal son los peor pagados de la región, sin embargo, existen conmilitones inservibles contratados que ganan 14 y 15 mil bolivianos mensuales sin contar cartas y espadas, las colas de los pacientes son interminables y los hospitales son insuficientes conforme reclaman desesperados los colegios médicos.
Los asesinos de la salud están presentes airosos en las impías y delictivas cajas de salud y en los hospitales públicos, antros de crueldad y de corrupción. Pasan los años, pasan los Gobiernos y nada cambia. Es inaudito el desprecio con el que es tratada la gente que acude a las cajas de salud. A pesar de que han aportado económicamente toda su vida laboral. De los hospitales estatales ningún político se apiada, llegándose últimamente al extremo kafkiano que entre enfermos moribundos y débiles se atacan desesperadamente con uñas y dientes en pos de conseguir una ficha para no sucumbir.
La gente se ha resignado al martirio, ha perdido capacidad de reclamo, los asesinos de la salud siguen devorando las entrañas del enfermo compitiendo con los buitres y las hienas. Es conocido hasta la saciedad que para una simple consulta médica en las cajas el enfermo debe hacer una larga fila desde las dos o tres de la madrugada haciendo que muchas veces el cruel frío se encargue de adelantar su muerte.
Recabada su ficha de atención, el médico le receta un elemental paracetamol, le señala que retorne dentro de uno o tres meses al cabo de los cuales, si aún sigue vivo, debe repetir la cola hasta conseguir otra ficha, si tiene suerte el médico puede recetarle el medicamento adecuado y en la farmacia de la caja le dirán que no tienen esos medicamentos, que debe comprar con sus propios recursos y, como generalmente no los tiene, tendrá que endeudarse para efectuar la compra respectiva o morirá, lo mismo sucede con los estudios previos para una cirugía, debiendo también el enfermo pagar con sus escuálidos recursos. En realidad, las cajas de salud son la antesala de la muerte, por eso sus ejecutores son asesinos, asesinos dotados de impunidad.
Se designa desde “arriba” a administradores y operadores de las cajas, conmilitones políticos que con obnubilado ánimo de enriquecimiento seleccionan a sus secuaces para conformar la banda de asesinos que con denodado entusiasmo, con garras y colmillos “negocian” la adquisición de medicamentos, vacunas, hasta lapiceros o papel de escritorio, colmando su ambición tratándose de la adquisición de equipos, muchos de ellos inservibles a los que hacen figurar con exorbitantes sobreprecios … mientras tanto muchos pacientes mueren.
La falta de ítems útiles es la carta de presentación de la corruptela en la salud que sirve para muchas cosas, pero siempre para enriquecer a los asesinos.
Los gobiernos pasan y los enfermos mueren, este es el epígrafe de las cajas de salud.
El autor es jurista