Es en serio. La próxima revolución será “verde” y sus líderes serán los que luchen por vivir en mayor armonía con el medio ambiente. ¿De qué sirven otras ideologías, si lo que está en riesgo es la vida en el planeta? En Bolivia, como en Brasil u otros países cuyos bosques son arrasados por el fuego de incendios provocados, los cambios pasan ahora necesariamente por lo que se haga para evitar que la destrucción siga y los responsables se mantengan impunes.
No es un tema de izquierdas o derechas, porque ambas se han mostrado igualmente irresponsables en el Brasil de Jair Bolsonaro y la Bolivia de Evo Morales y Luis Arce. Hay que repetirlo. En menos de dos décadas, Bolivia pasó de convertirse en uno de los países con mayor reserva forestal a un ejemplo negativo de acelerada deforestación. Pero, además, ostenta el no muy honroso primer lugar entre los países que más mercurio importan para destinarlo a la explotación minera ilegal. El nuevo “metal del diablo” pasa por Bolivia y atraviesa las fronteras hacia otros países donde su uso está restringido.
La crisis ambiental afecta lo mismo a las regiones amazónicas, como a las altiplánicas. El lago Titicaca por ejemplo recibe desde hace años y de manera creciente las aguas negras de la ciudad de El Alto, sin que hasta el momento nadie haya hecho nada para prevenir semejante desastre y su terrible impacto sobre los recursos de la zona lacustre. No solo es grave la disminución de las aguas como efecto de la sequía, sino la contaminación que navega sobre el lago sagrado.
Y en las ciudades las cosas no son mejores. Hasta el día de hoy no hay una legislación específica que prohíba el uso de bolsas plásticas en mercados y supermercados, a sabiendas de que se trata de uno de los materiales que más tiempo demora en biodegradarse y que más daño provoca en el ambiente. Hacia donde se mire, el rastro del plástico es un espejo que refleja la irresponsabilidad de los seres humanos y la negligencia de los gobiernos para frenar el problema.
Precisamente ahora que existen sistemas probados para la limpieza de los ríos urbanos y el tratamiento de sus aguas, hay muy poca “curiosidad” de las autoridades para conocer y familiarizarse con las nuevas tecnologías. El crecimiento poblacional y la multiplicación de los desechos, han convertido a esos ríos en una amenaza para la salud de los habitantes y en un recurso venenoso para el riego de sembradíos.
En las ciudades, la conciencia sobre la necesidad de hacer algo se expande como el humo de los incendios que agobia los bosques y mata a animales de distintas especies. Más que nunca se entiende, a la mala, el sentido de lo que es una tragedia ecológica de cuyas consecuencias tenemos un conocimiento nada más aproximado.
La vida no puede seguir de esta manera, como si nada hubiera pasado. No se trata solo de esperar a que los delincuentes dejen de incendiar y que el fuego se apague después de devastar cientos de miles de hectáreas. La responsabilidad de las sociedades es denunciar estos hechos y luchar porque se ponga un remedio, y la de los gobiernos es diseñar y aplicar políticas para prevenir y desterrar prácticas criminales, disfrazadas de ancestrales, que ponen en serio riesgo la sobrevivencia de los ecosistemas.
Desde hace tiempo que se habla de la “revolución verde”, pero está claro que ha llegado el momento de dar una batalla sin tregua por recuperar la diversidad natural que se le está robando a las futuras generaciones. Queda claro que son urgencias, causas que no interesan ni a la izquierda, ni a la derecha, pero que bien pueden convertirse en el sustento de nuevos proyectos.