Las crisis globales pospandemia, el desarrollo acelerado de la tecnología y los cambios significativos en los modelos empresariales en todo el mundo están generando un impacto cada vez mayor sobre el ámbito laboral, no solamente en cuanto a acceso y calidad, sino también a las competencias y las capacidades.
Presionados por entornos cada vez más complejos, los sectores productivos generadores de empleo necesitan mayor eficiencia en productividad, calidad e innovación, cualidades que no pueden cubrirse solo con más capital o mejor tecnología, sino con personal más competente, entrenado y sobre todo motivado, es decir dotado de talentos suficientes para enfrentar y administrar los nuevos desafíos.
Las empresas no solo demandan trabajadores con formación técnica y conocimientos académicos, sino también con capacidades de adaptabilidad, aprendizaje continuo, resolución de problemas, pensamiento crítico, flexibilidad para adaptarse a los cambios, comunicación efectiva y disposición para trabajar en equipo.
Estos desafíos, que ya se percibían hace décadas, están cobrando mayor vigencia en los últimos años, y se han convertido en uno de los mayores desafíos para los países en desarrollo, donde el capital humano es una prioridad pues una fuerza de trabajo con altas competencias es fundamental para impulsar la competitividad, mejorar las condiciones laborales, crear y sostener empresas y aumentar la productividad.
Lamentablemente, en el caso de Bolivia, el desarrollo de estas condiciones es todavía muy precario aun entre las nuevas generaciones, debido a la deficiencia de los sistemas educativos desconectados de la realidad laboral, la poca información sobre las necesidades del mercado y, sobre todo, la creciente informalidad.
Una reciente encuesta denominada “Mercado laboral en Bolivia - Demanda 2022”, realizada por el Banco Interamericano de Desarrollo y aplicada a 1.890 empresas de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, revela por ejemplo que el 40% de las consultadas reportó tener dificultades para contratar personal por la falta de capacidades entre los candidatos. Más allá del conocimiento específico, en el 13% de los casos, los aspirantes al empleo tenían dificultades incluso en lectura, escritura y comunicación verbal, y el 11% en pensamiento crítico.
El informe también revela que, entre las dificultades para encontrar habilidades en las ocupaciones esenciales, un 22% de las compañías encuestadas señalaba que identificó problemas en la responsabilidad y compromiso; un 18% en atención al cliente, un 11% en habilidades de liderazgo; un 16% en capacidad de trabajar en equipo y un 13% se refirió a las habilidades de resolución de problemas.
Sin embargo, los desafíos no se circunscriben a las capacidades señaladas. La evolución del conocimiento obliga a los trabajadores a actualizarse constantemente, y la adaptación a los cambios tecnológicos es una competencia crítica que las empresas valoran cada vez más, igual que la buena disposición para trabajar eficientemente con personas de diversas culturas y el respeto a las diferencias. Asimismo, se espera trabajadores comprometidos con la igualdad de género y el medio ambiente o que presten sus redes sociales personales para promover la imagen y los servicios de la compañía.
Estos requerimientos no solo se aplican a los asalariados de todos los niveles, sino que también son necesarios en los emprendimientos personales e incluso entre los profesionales, los trabajadores por cuenta propia o los informales. De hecho, el éxito o fracaso de muchos emprendimientos empresariales no depende únicamente de los entornos económicos o de los problemas sociales, sino de la existencia o no de competencias blandas entre sus trabajadores y ejecutivos.
Contrario a lo que podría pensarse, el desarrollo de competencias laborales, no es un asunto de interés solo de los trabajadores ya que, como lo señala la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico “las competencias se han convertido en la divisa global de las economías del siglo XXI, pues trasforman vidas e impulsan economías, y son clave para combatir la desigualdad y promover la movilidad social”.
Sin obviar los grandes problemas que afectan a la población económicamente activa, empezando por la precariedad y la desocupación, el desarrollo de habilidades y competencias en los trabajadores activos y en los estudiantes debe ser también una preocupación fundamental del Estado y del sistema educativo que ya no puede seguir transmitiendo destrezas repetitivas, educando en la mediocridad y formando personas sin las capacidades sociales, valores éticos ni habilidades técnicas que el país y la sociedad necesitan.