No soy un augur para predecir lo que sucederá en la Argentina a partir del triunfo de Milei, el domingo pasado. Lo único que puedo augurar es que a nuestra hermana vecina le irá mucho mejor que como le ha ido en las dos últimas décadas; y le irá mejor porque hacerlo peor que los kirchneristas, peor de los caducos adoradores de un peronismo que resultó nefasto, no es posible. Argentina está convertida en una nación (no se puede decir potencia) de segundo orden en la propia Latinoamérica; para qué decir en el mundo, donde cuenta muy poco.
¿Milei es lo ideal para Argentina? Bueno, hasta los críticos del kirchnerismo no sabemos. Lo ideal es lo perfecto, y eso no podemos afirmar que sea. Pero si Milei no es lo ideal, se trata, sin duda de un cambio drástico, esperanzador. Es, para comenzar, el anuncio de la transformación de una nación dañada, para que recupere su importancia en el mundo; pero, sobre todo, su dignidad.
No hay que olvidar que la orgullosa Argentina fue, hasta mediados del siglo pasado, el ejemplo a seguir en nuestras latitudes, después de Estados Unidos. Pueblo que recibió millones de inmigrantes de todo el orbe y que, de inmediato, se convirtieron en unos argentinos más, ansiosos de trabajar, porque ese trabajo los recompensaba con creces de los sufrimientos que habían padecido en la entonces empobrecida Europa.
Milei ha dicho que “hoy comienza la reconstrucción de Argentina” y eso tiene un valor muy grande, porque para reconstruir hay que borrar lo malo. Si algo tiene este candidato ganador, pelucón, gritón, sin nada del remilgo porteño, es que apela a la historia. Existen muchos argentinos para quienes la historia de su patria comienza con Perón, mas, para Milei, Argentina tiene siglos de vida gloriosa y en vez del Che, tan pasado de moda, cita a Alberdi, esencia de las libertades y la cultura y convoca a regresar a la Argentina que fue “la primera potencia del mundo”.
Dentro de todo esto, podemos decir que, hasta quienes empezamos a dudar de si la democracia sirve en nuestros pueblos, el propio candidato perdedor, Sergio Massa, ha dado una cabal muestra de civismo. Y eso nos reconforta. Reconoció su derrota antes de que se dieran los datos oficiales. Se lo dijeron y no tardo ni un segundo en admitir su fracaso, pese a que tendrá culpas por las cuales responder. Nada que ver con nuestros sujetos bravíos y pícaros que nunca quieren reconocer una derrota, que buscan la trampa, que conspiran en plenos comicios, y que, para embarrarlo todo, para no aceptar que fueron vencidos, dicen que fueron derrocados por un golpe de Estado.
Con el gobierno de Macri —que no fue todo lo exitoso que deseábamos— Bolivia mantuvo relaciones frías pero normales. Y según el derecho, los vínculos son entre las naciones, no entre los gobernantes. Esperemos que hoy las relaciones diplomáticas se mantengan o mejoren, a pesar de que, por la tortura del gas, no se pueden hacer vaticinios muy optimistas. Además, el masismo está disgustado porque ha perdido a un gran aliado en el continente.
Para todo el populismo izquierdista la victoria de Milei ha sido un gancho en el hígado. De manera figurada, ha sido como arrancarle una de las cuatro patas a la mesa en la que se sientan a hacer planes los presidentes del ahora Grupo de Puebla, donde el kirchnerismo es muy activo. Les va a resultar demasiado incómodo el tema argentino. Como les es incómodo también lo que se refiere a la Unasur, que se le da oxígeno para revivirla, a la Celac, y a otros organismos de fuerte aroma “progresista” que languidecen.
Milei es un gran liberal (“liberal libertario” como se denomina él) y como liberal sacará a la Argentina de su marasmo interno, inepto, miope, abusivo, y abrirá las puertas al comercio con todas las naciones del orbe donde los intereses argentinos vean que es necesario. Reaparecerá su verdadera diplomacia, la que hizo historia, no la improvisada que hoy representa a ese gran país, donde no faltan los aficionados intrusos y adulones. Será volver a la Argentina de hace cien años, pero activa en el siglo XXI; aquella nación que podía dar comida y abrigo a la mitad del mundo.
No vamos a buscar un Milei en Bolivia para desensillarnos de los masistas. Eso es absurdo pensar y no es necesario. Iremos a las próximas elecciones con un liderazgo nuevo, capaz, patriota, que desalojará del poder a esta huachafería existente, pero no para devolverlo al cabo de un año. Por lo menos, el 2025 en Bolivia se provocará un remezón que acabe con el tedio actual, con esa mansedumbre de corderos complacidos de ser arreados al brete.
Eso de que: “ya no hay nada qué hacer” será enterrado para siempre. Milei nos ha enseñado que se puede derrotar a las autocracias, cuando puede contarse con lo que, para él, fueron Macri y la señora Bullrich. Podemos hacerlo aquí si algunos políticos sin chance desisten en favor de uno que pueda vencer. Estos son ejemplos que jamás hemos querido tomar en cuenta y por eso nos ha ido tan mal.