Aquel lunes de marzo la sorprendió con la agria noticia de que el cantante de sus suspiros de antaño y las ilusiones del ayer no llegaba para el que iba a ser el concierto de su vida.
Frustrada, engañada y enloquecida, Tránsito Cardenal se estrelló contra sus hijos que no entendían el valor de aquel hombre, contra su marido que no comprendía el mérito del artista de la sonrisa perfecta y contra los organizadores que incumplían lo pactado.
—¡Gazmoños y badulaques! —gritó desde su terraza, con la intención de que el viento traslade su reclamo a aquellas tierras lejanas donde iba a ser el anhelado concierto.
Nada importaba para ella las inundaciones ni la mazamorra que anegaban distintas partes del país, tampoco le interesaba el estado del dólar en las calles de las ciudades, peor aún las peleas entre masistas y menos todavía los enfrentamientos en la Asamblea Legislativa.
Nada pudo calmar a Tránsito Cardenal en su vorágine de odio y en su melodrama de víctima. Incluso la cosa fue para peor cuando su marido, en un intento desesperado por distraerla, le comentó que el presidente había removido a sus ministros y provocó el estallido mal disimulado de aquella mujer de clase media para arriba que lloraba por no poder viajar a ver a su cantante favorito y que se lamentaba, además, de los pasajes ya pagados en la aerolínea estatal y la reserva del hotel 4 estrellas.
—¡Te me vas al cuerno! —clamó, —¡los nuevos ministros son la misma chola con otra pollera! —espetó.
De inmediato, en un dos por tres, le hizo saber con ejemplos bien fundados y deletreos precisos, que los nuevos mandamases no eran otra cosa que políticos de morondanga que se harían ricos a costa del pueblo.
Removidas sus entrañas, la mujer se marchó de su hogar por la incomprensión de una familia que no sabía lo que era perder al ser amado, y juró para sus adentros meterse a bailar en cualquier morenada porque sólo esos tenían el billete para traer al artista y cantante que se les daba la gana.
Tras 27 días de depresión, Tránsito Cardenal volvió a su hogar lista para perdonar a su familia, en ese tiempo había analizado, concluido y determinado que el sol de sus añoranzas no iba por un motivo más claro y concreto que las meras circunstancias logísticas: Él no iba a cantar en un país de muertos.
El autor es escritor, ronniepierola.blogspot.com