Las elecciones parlamentarias de la Unión Europea (UE) plantea temas singulares, y algunos sin relación entre sí, pero entrelazados. Los comicios entre el 6 y 9 de junio serán en un mundo confuso no solo político sino ideológico, estratégico, económico y sobre todo geopolítico.
Ursula Von der Leyen intenta la reelección, y estima que puede abrirle la puerta a la ultraderecha a pesar de la advertencia del presidente del Partido de los Socialistas Europeos, el sueco Stefan Löven. Es decir, la actual presidenta de la Comisión Europea quiere abrir un espacio a la extrema derecha porque sabe que no obtendrá suficientes votos propios. Llegado el caso se rompería una alianza entre la derecha de viejo cuño, demócrata cristiana con los socialistas democráticos y los liberales que han gobernado la UE desde hace 70 años.
Este primer asunto es enteramente político y dependerá de los resultados de junio y de las diferentes extremas derechas que ganen votos parlamentarios, porque hay derechas anti-Rusia (Italia, Polonia) y otras pro-Rusia (Hungría, Eslovenia), para citar una de las muchas diferencias; quizá lo único que las une es su postura anti migratoria. El avance de la extrema derecha fue paulatino, pero constante. Incorporó, además, elementos identitarios copiados de la izquierda fragmentarista. Hay homosexuales y feministas de derecha, inmigrantes “asimilados” y prósperos, algunos de esos emprendedores son antisemitas cómodos en parte de la ideología de la extrema derecha, porque la otra es sobre todo anti islamita o sea anti-Hamas, que según ellos es la cara palestina. Y, finalmente, hay en estos círculos un recrudecimiento del “nativismo”.
Así llaman al nuevo populismo social que postulan. Es decir, la lucha es contra la élite del llamado “liberalismo de izquierda”, un guiño al léxico del republicano Donald Trump.
Los extremistas de derecha han abandonado el deseo de salir de la UE (el Brexit ya no es un aliciente). Apuestan por cambiar el perfil de la Unión “desde adentro”, lo han dicho tanto la italiana Meloni como la francesa Le Pen y otros, como Jimmie Åkesson, que encabeza Demócratas de Suecia; o sea, la ultraderecha.
Se propone el retorno del autoritarismo, cuya norma es la creencia de una sociedad estrictamente ordenada donde las infracciones a la autoridad deben ser severamente castigadas: “el inocente se vuelve sospechoso ante la ley”. Muestran una gran sensibilidad por la “la ley y el orden”. La diferencia con la derecha conservadora es la forma autoritaria y fascista de ejercitar la política. Quieren eliminar la crítica periodística (los califican de liberales de izquierda), adelgazando o eliminando (como lo hicieron en Polonia) la radio y televisión del servicio público. Intentan “favorecer al pueblo como la única representación de la nación verdadera”.
La xenofobia es, a no dudarlo, un valor positivo. Primero los de “casa” dice el mensaje del Frente Nacional de Francia. “Solo existe una nación” es el de Vox de España. A “por los verdaderos finlandeses” en ese país nórdico. Es decir, hay un populismo como respuesta a la globalización que produjo la deslocalización industrial, la subcontratación laboral o, con la pandemia y las guerras de Ucrania y Gaza, la reducción de la capacidad adquisitiva de la clase media. Los trabajadores se han reducido en número debido al cambio en los instrumentos de producción, con el salto de la banda industrial al chip y la robótica. Algunos países, como Suecia, ayudaron con educación laboral para paliar los efectos de la reconversión, pero la UE no es Suecia.
El nativismo es un término que apareció en Estados Unidos. Saltó el océano y ahora los partidos de extrema derecha son nativistas. Sostienen que los estados europeos deben se habitados solo por miembros nativos (la nación) y define los elementos no nativos (personas e ideas) como una amenaza al estado-nación hegemónico. Este nativismo es una mixtura entre ultranacionalismo y xenofobia. Si hay minorías nacionales y/o culturales deben ser asimiladas al modelo de la sociedad dominante. Hungría iliberal es un buen ejemplo; esto, al punto de que incluso se paga un bono a las madres magiares para que procreen más. Y, además, Hungría no ha sido sancionada por su iliberalismo. La institucionalidad europea cedió a una hábil estrategia chantajista del presidente Viktor Orbán.
La extrema derecha podrá ganar curules, pero no tendrá los necesarios para gobernar el parlamento en solitario. Lo mismo pasará con los partidos de derecha integrado por los democratacristianos de Alemania, el Partido Popular de España o el Moderado de Suecia; es un conglomerado conocido por la sigla PPE. Tampoco los Socialistas Europeos y mucho menos los Liberales podrán gobernar en solitario. Las coaliciones son imperiosas.
El peligro es que la hidra asomó sus cabezas en varios países. En Suecia – desde donde escribo estas líneas – la derecha antigua, conservadora pero respetuosa del entramado democrático liberal superó los cordones sanitarios y aceptó gobernar con los votos de la extrema derecha. Algo similar está pasando en España entre el PP y Vox. En Finlandia están en función de gobierno aliados con esa vieja derecha, lo mismo ocurre en los Países Bajos y las elecciones de Francia pueden favorecer a Le Pen.
Ursula von der Leyen pretende hacer lo mismo; su “simpatía” con la extrema derecha pasa porque ésta quede alineada contra Rusia. Ella se aproximó en la práctica a posiciones antiinmigración por medio de la amplia reforma que acelera los procedimientos de asilo basados en acuerdos con países vecinos para frenar la inmigración irregular. Son los llamados “puntos críticos” o “Hotstop de la frontera” que ya funcionan en Turquía y en Libia entre otros, sitios donde los inmigrantes esperan sus visas legales, en algunos casos por años.
Ante este cuadro, la izquierda europea también endureció su tesitura, para no perder votos.
Todo dependerá si la Izquierda Europea queda en segundo o tercer lugar. Las encuestas señalan como ganadora relativa a la vieja derecha conservadora agrupados en el PPE. El socialismo democrático suele ocupar el segundo lugar, pero puede perderlo frente a la extrema derecha. Lo liberales, que también han cometido el error de acercarse a posturas de la derecha (acaban de hacerlo en los Países Bajos), pueden ser los grandes perdedores en junio. La esperanza de la izquierda democrática es el resultado favorable que se prevé para los ambientalistas o verdes.
Según centros de análisis internacionales como el Cidob de España, la democracia vive una deriva erosiva, es decir el sistema de gobernanza ha seguido contrayéndose en varias regiones del mundo, incluida Europa, partidos que han incorporado un lenguaje y métodos “trumpistas”. En mayor o menor medida estos métodos son usados por toda la extrema derecha que está alineada en dos grandes agrupaciones en la Eurocámara.
Una es Identidad y Democracia, integrado por Reagrupación Nacional (RN) de Mariane Le Pen de Francia, La Liga de Matteo Salvini de Italia y Alternativa para Alemania (AFD).
La segunda, Conservadores y Reformistas donde conviven entre otros los Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni, Vox, de Santiago Abascal de España, Ley y Justicia, o PiS por sus siglas, de Polonia, y Demócratas de Suecia.
El futuro de Europa está ligado al de la guerra en Ucrania y, desde los errores estratégicos de Netanyahu, al futuro de Palestina. Ambos temas dignos de otro tipo de análisis.
Rusia comenzó ya sus ataques cibernéticos, han aparecido sitios web capturados o han producido injerencias sobre todo en el agro europeo que ha perdido mercados por favorecer a Ucrania.