la amplia difusión y aceptación de la conjetura del autogolpe sobre los hechos del miércoles 26 de junio confirma ciertos rasgos muy potentes de la cultura en nuestro país. En principio, que el pensamiento mítico-religioso tiene un peso descomunalmente mayor que el razonamiento científico en la elaboración de nuestros criterios. Me explico.
En una escena fílmica, Juana de Arco (protagonizada por Mila Jovovich), encerrada en una celda responde a los cuestionamientos que le hace el diablo (Dustin Hoffman). Este le reclama haber ocasionado tanta muerte en las batallas. Juana explica que Dios la eligió para liberar a Francia de la ocupación inglesa. “Quieres decir que el mismo Dios en persona te dijo: tú, Juana, debes salvar a Francia?”, replica su interlocutor sarcásticamente. Ella responde que la espada que había encontrado en el bosque fue una señal. A continuación, el demonio le muestra con imágenes que hay distintas posibles explicaciones para ello. Se ve a un soldado haciéndola caer, a otro que pudo haberla perdido en batalla o haberla tirado inexplicablemente allí. “Pero entre todas esas explicaciones, tú decidiste creer en esta”: a continuación, una imagen muestra que el cielo se abre y baja una espada brillante rodeada de luces celestiales y cantos angelicales, hasta ser depositada en el suelo.
El punto que aporta el pasaje fílmico referido es que los creyentes elaboran sus explicaciones con base en la coherencia que sostiene su creencia. Las creencias modelan el “sentido común”. Al respecto, la
Encuesta Mundial de Valores implementada por la ONG Ciudadanía, en 2017, mostró que Bolivia es uno de los países con los promedios de confianza más bajos del mundo. “Piensa mal y acertarás”, dice el conocido refrán. La sospecha del engaño es un supuesto dóxico en nuestras interacciones cotidianas.
La hipótesis del autogolpe, originada por el mismo Zúñiga, el día que fue detenido (fue el presidente quien me ordenó sacar las tanquetas), encaja muy bien con esa disponibilidad social. Un presidente y un general conspirando en un cuarto cerrado, se adecua mucho mejor a la forma en que la muy boliviana filosofía de la sospecha piensa las acciones humanas; una forma muy deshumanizada de pensarlas, cabe añadir, en tanto no da espacio a las contingencias, los accidentes, los eventos inesperados. Los bolivianos no nos caracterizamos precisamente por regir nuestros actos rigurosamente a un plan, a una regla, pero paradójicamente pensamos que así debe ser (“los golpes de Estado no se hacen a las 3 de la tarde”, decía Jorge Richter. “Zúñiga no estaba ataviado con el uniforme adecuado para la ocasión”, decía por ahí un general retirado, “los golpes de Estado no se hacen de este modo, sino de aquel”, dice el coro general, como si los golpes de Estado deberían ajustarse a un manual, y si no se ajustan, pues no existen.
La filosofía de la sospecha es una representación de la acción social encorsetada, una total asfixia de la razón.
En tanto, la ciencia busca explicar los fenómenos remitiéndose a los hechos, no existe hecho alguno que respalde la conjetura del autogolpe. A la manera de la leyenda de Juana de Arco, el rumor hila caprichosamente hechos de aquí y de allá,“¿sabías que las esposas de Arce Catacora y de Zúñiga eran amigas?”, “¿ya vieron la foto de Zúñiga y Arce Catacora jugando básquet?”, “¿vieron cómo los ministros se reían durante el show del golpe?”.
En tanto la ciencia busca explicar los fenómenos remitiéndose a sus causas, la conjetura del autogolpe procede al revés: a partir de presumibles efectos — “la mejora de la imagen del gobierno”— plantea la conjetura de que todo fue un show para beneficiarlo. ¿Por qué fue autogolpe?, pregunta uno, “porque Arce Catacora es el beneficiado”, responden. Michel Dobry le llama a esto la ilusión etológica: pensar que entre los antecedentes y el evento existe una relación de causalidad necesaria y no contingente, inesperada, como si todo se ajustara perfectamente a un plan preconcebido. Son los vestigios de un viejo pensamiento religioso que se figuraba que todo se adecuaba a un plan, en aquel lejano entonces pensado como divino. Si bien hoy nadie piensa que Dios planificó un autogolpe, si no que fueron humanos, el modelo de razonamiento es similar, no hay lugar para lo inesperado ni casual, en un mundo muy bolivianamente nuestro, donde paradójicamente muy pocas cosas se ajustan rigurosamente a un plan.
Estamos ante una urdimbre simbólica del autogolpe —alimentada colectivamente por medios de comunicación, analistas, políticos, rumores de pasillo— que ha devenido en el nuevo mito del momento.