La burocracia tiene el objetivo teórico de garantizar el orden y la administración eficiente, pero a lo largo de la historia boliviana se ha convertido en un obstáculo canceroso para el progreso, ahogando a los emprendedores y encareciendo los costos del gobierno, además de sostener a un sistema público que está desbordado por prácticas corruptas. Siempre en mi columna del periódico he maldecido a la burocracia nuestra y la he despreciado.
Soy un antiburócrata confeso y he sentido una cierta simpatía con Elon Musk, próximo secretario de eficiencia en el gobierno de Estados Unidos, que ha propuesto un modelo sencillo para eliminar las regulaciones innecesarias, reducir gastos y reestructurar las oficinas gubernamentales. Este señor sostiene que un sistema de gobierno ágil no solo ahorra recursos, sino que también incentiva la innovación al liberar a los emprendedores del peso de normativas abusivas e inefectivas. Esta idea puede aplicarse a gobiernos con sistemas públicos sobrecargados y corruptos, como el de Bolivia, que brilla por su complejidad regulatoria, los altos costos administrativos, y la creación de empleos públicos innecesarios para la eficiencia, pero urgentes para el apoyo menesteroso de los políticos.
Bolivia soporta una de las burocracias más pesadas de América Latina. La proliferación de reglamentaciones laborales, tributarias, comerciales, aeroespaciales, nucleares, feministas, antiimperialistas y otras tucuimas, ha dado lugar a la creación de un sinfín de oficinas públicas con funciones enigmáticas. Estas oficinas, en muchos casos, no cumplen ningún propósito claro y están dirigidas por personas sin formación adecuada, que las utilizan como una plataforma para recibir un sueldo fijo, pero sin generar un impacto positivo en la sociedad.
Este fenómeno no es casual. Los movimientos sociales en Bolivia han jugado un rol importante en el crecimiento del aparato estatal. A cambio de su apoyo político, estos movimientos exigen empleos en la administración pública. Para satisfacer esas demandas, el Gobierno crea nuevas oficinas con objetivos cuestionables, consolidando su base política, pero aumentando el gasto público.
En muchos gobiernos progresistas (digamos: zurdos), como el boliviano, es común encontrar oficinas públicas creadas para objetivos oscuros o innecesarios. Toda la gente decente de Bolivia pegó el grito cuando crearon la Escuela Militar Antiimperialista de las Fuerzas Armadas, hace poco tiempo clausurada definitivamente. Estas instituciones no solo desangran las arcas del Estado, sino que también perpetúan una cultura de mediocridad y dependencia.
Un ejemplo evidente es cómo estas oficinas son utilizadas como recompensa política, siendo entregadas a movimientos sociales, cuyos operadores carecen de la experiencia necesaria para administrarlas. Este círculo vicioso refuerza la percepción de que el sector público es un refugio de estabilidad económica, pero sin un aporte significativo al desarrollo del país. ¿Algo bueno trajo al país el antiimperialismo o la descolonización?
Todos debemos convenir que la propuesta de Musk no es ninguna novedad, por eso, cualquier mente simple ve la solución en la reducción drástica del organigrama estatal y permitir que el sector privado se autorregule, promoviendo un entorno competitivo y transparente. Además, no me voy a cansar de desprestigiar las prácticas corruptas del empleado público en general y la creación de oficinas públicas innecesarias, como el Servicio Plurinacional de la Mujer y de la Despatriarcalización. Esto no solo implica exponer su ineficiencia, sino también promover una narrativa que valore la productividad y la innovación por encima de la lealtad política de esos “despatriarcalizadores”, por ejemplo.
Todos sabemos que existen instancias del gobierno central que gastan miles de millones en sueldos, salarios y otros conceptos poco transparentes, pero nadie sabe qué pito toca en la eficiencia gubernamental.
El plan de Elon Musk ideado para el “gran imperio”, basado en simplificación y eficiencia, ofrece una guía valiosa para países como Bolivia donde el aparato estatal está sobredimensionado. Reducir reglamentos y eliminar oficinas innecesarias son pasos indispensables para construir un sistema más ágil y justo. Ahora que estamos en el limbo, el presidente Arce, asumiendo el rol de primer burócrata, es el que menos quiere saber de Elon Musk.