Bolivia ha dado un paso significativo en su estrategia de transición energética con la producción de más de 5,9 millones de litros de biodiésel ecológico en la Planta de Biodiésel I, según informó Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). La planta, ubicada en Santa Cruz, ha estado en plena operación desde su inauguración en marzo de este año.
Cada día, la planta procesa aproximadamente 270 mil litros de aceite de soya, lo que equivale a 250 toneladas diarias. Además de producir energía limpia, la instalación contribuye al crecimiento económico del país mediante la creación de empleos y la reducción de emisiones de carbono, señaló YPFB.
Este avance permite a Bolivia, indica la estatal petrolera, disminuir su dependencia de las importaciones de diésel y reducir la subvención estatal a este combustible, lo que fortalece la seguridad energética nacional. YPFB destacó en sus redes sociales que la planta es clave para avanzar hacia un futuro más sostenible.
El ministro de Economía y Finanzas Públicas, Marcelo Montenegro, subrayó el impacto positivo de la planta en términos de ahorro fiscal. “La Planta de Biodiésel está funcionando y está generando un ahorro importante en la subvención a los carburantes”, afirmó el ministro en una entrevista con radio UNO.
El Gobierno nacional tiene planes ambiciosos en este ámbito. A fines de 2024, se prevé la finalización de la segunda Planta de Biodiésel, ubicada en El Alto, mientras que la Planta de Diésel Renovable (HVO), que utilizará aceites usados y grasas animales como materia prima, comenzará a operar en 2026.
Estas plantas, dijo, se perfilan como una herramienta para reducir el gasto en importaciones y asegurar el suministro energético a largo plazo.
Mas allá de su impacto mediático, el caso Pelicot —cuyo juicio concluyó ayer en Aviñón, Francia, con sentencias de prisión para los 51 condenados por violación a la esposa de uno de ellos— motiva reflexiones acerca de este tipo de sucesos y la manera como la sociedad los percibe.
Por suerte no vivimos en Suiza. Porque si viviéramos allí, las mujeres recién hubiéramos obtenido el voto en 1971, dieciocho años después de que mi madre lo obtuvo en Bolivia, en 1953.
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Un nuevo 8 de marzo. Seguramente escucharemos discursos, loas a las mujeres, muchas quejas: violencia, abusos, obstáculos. Prohibido enviar flores. Ni asuetos ni tarde libre. Mujeres de espíritu libre, mujeres felices, mujeres con autoestima, abstenerse de aparecer.
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Las elecciones primarias en Bolivia se realizaron por primera vez de forma oficial (antes hubo consultas internas informales) el 27 de enero de 2019.
De los más de 7 millones de electores potenciales, participaron sólo 1.700.000 personas. La ley establece que la elección estaba restringida a los militantes de los partidos, no a la gente en general.
Para todos, salvo para el binomio del MAS, aquel ejercicio fue un despilfarro de tiempo y dinero.
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Es 8 de marzo y el telón se alza para revelar una escena vivida cada año: cientos de mujeres defensoras acérrimas del feminismo desempolvan el pañuelo verde y morado y se despliegan por las calles. Algunas adoptan una postura pacífica, otras sostienen carteles cargados de frases prefabricadas: “mi cuerpo, mi decisión”, “no somos hijas de Dios, somos hijas de las mochas”, “el violador eres tú”, “legalización del aborto”, o “el feminismo es revolución”.
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