Debe ser una maldición o una señal de los dioses...
Cada cierto tiempo me propongo ser una persona más amable y buena, de esas que aceptan cualquier tontería de sus semejantes en nombre de la “tolerancia”.
Y cada vez que tomo esa decisión, el chamán Choquehuanca sale con algún disparate de proporciones cósmicas.
Este caballero, vicepresidente del país en su tiempo libre, participaba el domingo en una entrega de obras cuando se le ocurrió decir que “los citadinos bien flojos siempre son” y que no sabrían ni “lavarse la cabeza”.
Claro, uno podría pensar que el buen hombre, político al fin, recurre a la vieja práctica populista de decir a la turba lo que quiere escuchar.
Sin embargo, me parece que el místico Choquehuanca es diferente a los farsantes habituales. Tenemos a un charlatán que de verdad cree en las propiedades mágicas de su pomada ideológica. El tipo habla en serio.
¿Y en qué cree este buen hombre? Nada muy original. Sólo repite la vieja idea de que las ciudades son lugares de decadencia, donde los hombres se pierden en todos los vicios imaginables, en este caso la pereza. En contraposición, los del campo tendrían todas las virtudes imaginables. Serían buenos, nobles, trabajadores, etc., además de poseer un conocimiento ancestral incomprensible para las mentes corrompidas de la gente que no sabe ni lavarse la cabeza.
Quisiera decir al señor Choquehuanca, y a los loquitos que lo toman en serio (esencialmente gente de clases acomodadas con sentimiento de culpa), que esta idea de la pureza del campesino se inventó en las ciudades. Y lo hicieron individuos muy contentos con las comodidades de la vida urbana; individuos, por cierto, que jamás dejarían sus libros para empuñar un azadón y cavar un surco. En Bolivia, tenemos bastantes farsantes de este tipo, por cierto.