El periodista español Arcadi Espada publicó en el diario El Mundo un artículo titulado: “Un andaluz en Cataluña acaba siendo como un boliviano en Cataluña”. Y eso me aludía.
Estuve por primera vez en Barcelona en 1970 y tuve la más cruda prueba de la mala calaña de los separatistas catalanes.
Era el 8 de octubre y yo debía tomar un barco italiano que, en 22 días, debía dejarme en Arica.
Había terminado mi curso en Italia y a los encargados de la beca les dije que, para volver a Bolivia, necesitaba dos pasajes, porque estaba casado, nada menos que con Rosaria.
Hecho el cálculo, el encargado me dijo que no me podían pagar dos pasajes en avión, sino en barco. Entonces, en 1970, el petróleo costaba dos dólares el barril, y los viajes en barco eran muy baratos.
Yo debía ir al puerto de Barcelona a preguntar a qué hora debíamos presentarnos para, como se dice en español, coger aquel barco, el Donizetti, de la compañía Italia di Navegazzione.
Antes de tomar el bus que me llevaría al puerto vi un titular en el diario ABC: “Otro cambio de gobierno en Bolivia. Juan José Torres es el nuevo presidente”.
Muy preocupado, lo compré y me puse a leerlo a bordo del bus. Era una mala noticia porque mis relaciones con el nuevo presidente no habían sido buenas, sino todo lo contrario.
Tres años antes, en 1967, Torres me había acusado de ser miembro de la “red internacional de propaganda de Debray” y anunciaba que me haría un juicio en la justicia militar, que entonces existía: estaba procesando en Camiri a los prisioneros Regis Debray, Ciro Roberto Bustos y Andrew Roth.
Mientras leía la crónica, era inevitable dudar si me convenía o no volver a Bolivia en las nuevas circunstancias. Entonces, un catalán mayor de edad, sentado a mi lado y viendo que yo leía aquel artículo, me dijo, sin que mediara ningún motivo: “Los sudacas son mezcla de indias con andaluces”.
Eso, que era supuestamente una ofensa, no logró que yo dejara de leer la crónica. Entonces, el catalán dio otro golpe: “¿Sabe por qué España no progresa? Porque tiene frontera con Andalucía”.
Terminé de leer. No dije palabra al catalán. Nunca había escuchado demostraciones de racismo y xenofobia juntos tan crudas, ni en Italia, donde había sido mi beca, ni en Alemania, Inglaterra, Francia ni Grecia.
Más de medio siglo después, no necesito nuevos motivos para detestar a los catalanes separatistas que odian España. Ellos odian a todos. Sospecho que se debe a que hablan un dialecto que suena muy mal, horrible, sobre todo si se lo compara con el castellano.
Nunca cruzaron el charco.