El 26 de junio no fue fraude, fue golpe, o al menos una sublevación. A diferencia de lo que ocurrió el 10 de noviembre del 2019 cuando ni un solo soldado pisó la plaza Murillo. En ese entonces Evo Morales, según su propia versión en su libro Volveremos y seremos millones, había decidido renunciar el día anterior antes de que la COB, puntal de ese gobierno, le inste renunciar y antes que el general Kaliman Romero, el comandante en jefe de las FFAA, le sugiriera lo mismo. Luego la transición al nuevo gobierno de Añez, si bien no se dio con la normalidad de un traspaso de mando al final de un proceso electoral, sí se lo hizo con el aval de la institucionalidad democrática vigente, vale decir la ALP, con dos tercios del mismo en manos del mismísimo MAS, y el TCP.
Aquellos que mantienen que el 26 de junio fue un autogolpe tienen una opinión demasiado alta de la capacidad del presente gobierno, porque por más cínico y mendaz que éste sea no tiene la capacidad para ejecutar algo así sin que sea obvio que es un fraude. Para que un autogolpe sea creíble como tal, realizarlo hubiera requerido de una capacidad en el manejo de los participantes, de los eventos y de su secuencia que este gobierno, por mucho, no tiene.
Además, se hubiera tenido que embaucar al propio Zúñiga, o forzarlo o convencerlo de algún modo, para que dé un golpe fingido sin darse cuenta que estaba siendo manipulado, porque la alternativa, de que Zúñiga estaba dispuesto a inmolarse por….¿por qué? ¿por la revolución democrática y popular? ¿por el proceso de cambio? ¿por su amistad con Arce? es simplemente un absurdo.
El intento de golpe el 26 de junio fue una parodia de un golpe por haber sido tan mal planificado y ejecutado. En ese sentido nos hace recuerdo de un anterior golpe, el del primero de noviembre de 1979, así llamado “Golpe de Todos Santos”. Ese golpe sí dio lugar a tropas en la plaza Murillo y al derrocamiento del gobierno, pero, en un inicio, no a lo que usualmente se identifica con un golpe de Estado. En un mal cálculo monumental, que se puede atribuir al auto engaño de los golpistas de que, al ser el gobierno de ese entonces interino, y por tanto de escaso apoyo popular, derrocarlo era no sólo fácil, sino que no habría una reacción popular o política en contra, de modo que no habría necesidad de tomar medidas represivas al ejecutarlo.
Es por eso que no se tomaron presos a las principales autoridades, empezando por el presidente Guevara Arce y su gabinete, los cuales montaron una resistencia clandestina durante todo el tiempo que duró el golpe, no se cerró el Congreso, se permitió que los medios de comunicación continúen trabajando normalmente y menos se dictó estado de sito. El resultado fue que en los días siguientes el Congreso se reunió y pasó una resolución condenando el golpe y la gente empezó a salir a las calles en repudio del mismo, hartos de gobiernos militares dictatoriales.
El golpe del 26 de junio fue particularmente ineficiente, chapucero y cantinflesco, a tal punto que el general golpista se tuvo que retirar de la plaza Murillo apenas cuatro horas después de su sublevación.
En cambio, el golpe de Todos Santos tuvo un desenlace trágico. Ante la constatación de que el golpe no prosperaba por las buenas, los golpistas cerraron el Congreso y desencadenaron una represión de la gente que protestaba en las calles que significó más de 100 muertos y más de 200 heridos. Ante un repudio tan generalizado y contundente, tanto interna como internacionalmente, el coronel golpista Natusch Busch tuvo que renunciar apenas quince días después de haber asaltado el gobierno y entregarlo a la entonces presidenta del Senado, Gueiler Tejada, pero no sin antes negociar la impunidad, manteniendo a los mismos mandos en las FFAA que habían perpetrado el golpe, prominente entre ellos el mismo García Meza.
Las lecciones del Golpe de Todos Santos fueron muy bien asimiladas. El golpe que dio García Meza y sus secuaces menos de un año después fue uno de los más cruentos en la historia de Bolivia. De inicio se tomaron presos a los miembros del gobierno, se cerró el Congreso, paramilitares descabezaron a cualquier fuente potencial de oposición organizada como el Conade, asesinando a algunos de los más prominentes dirigentes de ese entonces como Marcelo Quiroga Santa Cruz, y declararon estado de sitio. Ese golpe sí tuvo éxito, en el sentido de que se consolidó lo suficiente para durar no horas ni días, sino meses.
¿Será que la historia se repetirá con el golpe del 26 de junio, pero, al revés de la tan conocida máxima de Marx, de que en la historia la tragedia se repite luego como farsa, esta vez más bien la farsa -al menos al principio también en el golpe de Todos Santos- se repita como tragedia, como ocurrió luego con el golpe de García Meza? De otra máxima más que conocida, el de que los pueblos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlos, dependerá que la farsa del 26 de junio no dé lugar más adelante a una calamidad tipo 17 de julio de 1980 y de que la historia no se dé primero como farsa y después como tragedia.
El autor es economista