La primera vez que supe de Michael Moore fue en 2001, cuando publicó su ensayo que da título a esta columna, “Estúpidos hombres blancos”. Una crítica profunda al sistema político estadounidense, donde los ricos se vuelven más ricos, mientras la sociedad de clase media vive en constante temor a los resultados económicos. Moore, mete el dedo en la llaga de la hipocresía de una sociedad descarnada.
Dos años después, en 2003, “Bowling for Columbine” recibía el Óscar como Mejor Documental.
En 2004, Francia le premiaba con la Palma de Oro por “Fahrenheit 9/11”.
En 2018, “Fahrenheit 11/9”, desnudaba por completo los motivos por los que Mr. Orange, Donald Trump, había ganado las elecciones para presidente del país más poderoso del mundo.
Desde entonces supe que este irónico, ácido, bonachón y sin un ápice de decoro, era uno de los pocos cineastas, y escritores estadounidenses que ponía los puntos sobre las íes de la política poco decorosa y correcta de Estados Unidos.
Con una lengua fina y mordaz, se convirtió en el terror de los pasillos del Capitolio, de la Casa Blanca y de un sistema político de cuello blanco que hace y deshace sin reparos.
Y sí, sin pena ni vergüenza, las ovejas han vuelto a elegir al lobo para que los proteja. Pero no al lobo de Wall Street, ese que, a sangre fría, corría la bolsa haciendo añicos los indicadores bursátiles.
Lo sabemos, es alguien peor. Es el reincidente enviado a la Casa Blanca para “reorbitar” The American Life, perdida.
Es más letal, porque pasará de las amenazas más despiadadas y descabelladas a la acción inmediata.
Y comenzará por el frente más débil, disperso y desprotegido: los inmigrantes. Este tema le volverá a servir de punta de lanza para reafirmar su promesa de “reencausar” el futuro estadounidense. Entre otras cosas, y como si se tratase de la caza del zorro en el Reino Unido, ya anunció un plan grotesco y despiadado de deportaciones masivas, incluso utilizando las FFAA.
La comunidad inmigrante siempre fue carne de cañón político fácil de digerir, carnada apetecida por la retórica de los que hacen creer que son causa de todo mal y toda desgracia.
En tono alto o bajo, siempre estuvo en la lengua de los demócratas y republicanos como titular principal para ganar votos y orgasmos racistas y excluyentes. Con este discurso primordial y básico: Bush (padre e hijo), Obama, Biden y Trump, influyeron con fuerza en el voto blanco, negro e incluso hispanoparlante.
Según las encuestas hechas a pie de urna, el 45 % del voto hispanohablante fue para Trump en las pasadas elecciones.
¿Cómo coño se entiende esta terrible paradoja? Desde mi punto de vista hay un par de explicaciones razonables.
El voto hispano, si bien no fue definitorio, como se ha comprobado en las pasadas elecciones, es uno de los más volátiles y dispersos, carente de convicción y de unanimidad.
Acaso porque la esencia del hispano es así. Está atada a una heterogeneidad social, a una cultura diversa y, por ende, a distintas formas de interpretar su contexto en territorio ajeno. Es informal, caprichosa y rebelde. Todo esto erige una personalidad unitaria y no colectiva. Por eso se entiende que hasta ahora los inmigrantes no posean un horizonte claro, contundente e influyente, su peso político es todavía muy pobre, un liderazgo capaz de eclipsar el discurso político de los que afanan su voto y su conciencia. “Te advierto, el enemigo de un hispano en Estados Unidos, es otro hispano”, me sentenció un ciudadano estadounidense cuando pisé por primera vez su territorio.
El voto blanco, e incluso el afroamericano, tienen mucha convicción e influencia política: el primero, responde a una sociedad casi homogénea en su comportamiento y en sus intereses económicos, de bienestar y de seguridad, hay, en ese universo, un afán de escuchar repetitivamente que sus cuentas bancarias están seguras y que aún viven en uno de los territorios más poderosos y exclusivos del planeta.
El segundo, es altamente cultural, comunitario y con una fuerte carga histórica que aún no se salda. La comunidad negra es cohesiva y responde a una hermandad inquebrantable, su voto debe ser entorno a los intereses de todos los de su raza. Por eso también, de entre los demócratas, Barack Obama, en 2008 arrasó con un 95 % de los votos de la comunidad afroamericana.
Esta segunda victoria de Trump, al margen de tener o no asidero, refleja el resurgimiento de manifestaciones detestables de una sociedad segregacionista que históricamente había maltratado a su pueblo. A la Guerra Civil aún le duelen los golpes entre sureños y norteños y, claro está, a los afroamericanos, la esclavitud y el racismo como punto de inflexión.
Trump representa al empresariado puro y duro que maneja el gran poder económico en los Estados Unidos.
Es el más indicado para que los billones de dólares de los mega millonarios se tripliquen. Representa a ese absoluto dominio de las cuentas bancarias que lo pueden todo. Al monopolio de las empresas que controlan el poder comercial. En resumidas cuentas, la prosperidad empresarial vuelve el 20 de enero de 2025.
No dudo de que Trump haga efectiva sus amenazas. Como ya lo mencioné, comenzará por el tema más fácil y vulnerable, migración. Sin embargo, creo que su punto más conflictivo será su pugna de intereses económicos. Trump es dueño de empresas millonarias en varios países del mundo, incluyendo, claro está, Estados Unidos. ¿Cómo conciliará la economía de su país, la de su imperio y sus intereses?
Mientras tanto, la comunidad hispana vive atemorizada por posibles deportaciones. El millón de de inmigrantes “deportables” que ya anunció Trump, serán motivo de elogios y corroborarán el acertado nombramiento como el 47 Presidente de los Estados Unidos, todas las demás promesas pueden esperar con paciencia.
“¿Cómo es posible que un hombre como Ronald Reagan llegue a ser presidente de los Estados Unidos?” le preguntó en una ocasión el desaparecido presidente de Francia, François Mitterrand, al escritor William Styron, Styron le respondió: “Los estadounidenses admiramos a las estrellas de cine por encima de todo”.
Los Estados Unidos, a la cabeza de Trump, van tejiendo ese trecho histórico que alertaba Todorov. El capataz no se hizo de la noche a la mañana, surgió de un crisol social occidental en el que confluyeron hartazgos, desequilibrios sociales y fanatismos. El gran señuelo tendido por Mr. Orange, fue hacerles creer a los “estúpidos hombres blancos” que estaban pasando a ser ciudadanos de segunda y que, junto a su país, habían perdido el primer puesto en este, cada vez más deshumanizado planeta. La sociedad estadounidense es por excelencia un universo de obsesiones. Trump es un ciudadano obtuso y obsesivo por el poder y el dinero. Es un terminator con un exoesqueleto de negociator.
Ese es el discurso que sedujo a una sociedad estadounidense polarizada: poder, dinero, transacciones, imposiciones.
Trump es el arquetipo del empresario negociador tramposo que recurrió al juego sucio para chantajear el voto de ese electorado que se dejó seducir por la vena de las obsesiones.
“Los demagogos se niegan a admitir ese principio fundamental de la política, que dice que todo logro tiene un precio”.
Todorov cuestiona los daños que implica el ultraliberalismo, haciendo que el imperio de la economía se sobreponga a la política. También, desde luego, el poder de los medios de comunicación que, en muchos casos, se cuadran a ese imperio.
Trump es todo un manual del perfecto idiota, rico y conservador republicano estadounidense, no es un político, por ello le hace un hombre sin compromisos ni responsabilidades ideológicas, entonces la libertad con la que insulta, acusa y enfrenta la su descaro, es total.
Con Donald, surgió una nueva y excéntrica forma de hacer política en los Estados Unidos, tan idéntica al populismo hocicudo de muchos países latinoamericanos. En la práctica, los Estados Unidos volverán a tener a su comandante Chávez, a su Evo Morales, a su Correa, a su Cristina que aún les endulza los oídos y les produce un orgasmo a base de insultos, afrentas, acusaciones y amenazas, a la comunidad inmigrante, a sus opositores políticos y de su mismo partido, a los afroamericanos y a todos los que osen cuestionarlo.
¡Todo eso es una neolengua que hay que volverá a andarla y descifrarla!
“¿Qué hay en un hombre?” se pregunta Shakespeare en Romeo y Julieta, a lo que G. Orwell responde en “1984”: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
Soy pesimista y pienso que el sueño de Martin Luther King se vuelve a convertir en pesadilla, en la que obliga a permanecer en vigilia permanente con cierto optimismo y esperanza. Como sentenciaba Abraham Lincoln: “Nos podemos quejar porque los rosales tienen espinas, o alegrarnos porque las espinas tienen rosas”.
El autor es comunicador social