Los incendios forestales que asolan Bolivia desde hace más de tres meses han arrasado ya 4 millones de hectáreas, devastando miles de árboles y acabando con innumerables vidas animales. El impacto humano es igual de aterrador: familias enteras han tenido que ser evacuadas, viviendas se han convertido en cenizas, y niños y jóvenes han dejado de ir a la escuela por seguridad. En este desolador panorama, hay un grupo de personas que, de manera desinteresada y sacrificada, está en la primera línea de defensa: los bomberos.
Es difícil hallar palabras que hagan justicia a la incansable labor de estos héroes, quienes, a pesar del agotamiento físico y mental, continúan luchando contra el avance imparable de las llamas. Su trabajo no tiene horarios ni días de descanso, y a menudo no tiene ni los recursos mínimos. Las jornadas son largas y extenuantes, enfrentándose a un enemigo implacable que no da tregua. En lugares como la Chiquitanía, una de las regiones más afectadas, el fuego ha reducido a cenizas los municipios de San Ignacio, San Rafael, San Matías, Concepción, Guarayos, Urubichá y Roboré, dejando una estela de destrucción que parece no tener fin.
Un reportaje de este medio, indica que los bomberos “no dan más”, y sin embargo, continúan con su misión, a la espera de recibir refuerzos del país y del exterior. Pero ellos, perseveran de la mano de los comunarios, junto con los bomberos municipales y los voluntarios.
Las ollas comunes son un reflejo de la solidaridad que emerge en tiempos de crisis, mientras luchan contra la falta de víveres. En Concepción, por ejemplo, los recursos para alimentar a los bomberos se han agotado.
En este cuadro dantesco, se suma una tragedia más. La profesora Marisabel Moirenda Urape, de 28 años, que ayudaba con la comida a los bomberos, fue asesinada en Guarayos por gente desconocida, aunque muchos ya apuntan a los incendiarios como los autores del crimen.
A pesar de todo, el compromiso no flaquea. Voluntarios de todo el país se movilizan para recaudar fondos, equipos y víveres. Veterinarios se suman para asistir a los animales heridos, rescatados en condiciones devastadoras: quemaduras severas, deshidratación extrema y desnutrición. La labor de bomberos y rescatistas es salvar lo que queda, dar una esperanza en medio de tanta desolación.
Es imprescindible que autoridades y sociedad tomen conciencia de la magnitud del problema. Los bomberos, los héroes anónimos, no pueden seguir cargando con todo el peso de la emergencia sin respaldo adecuado. Ellos nos han dado todo: su tiempo, su esfuerzo, su salud e incluso sus vidas. Ahora nos toca responder con gratitud y acción. Apoyemos en esta guerra contra el fuego, guerra que es de todos, no sólo de los bomberos.