Como todas las rememoraciones de la Iglesia católica —y de quienes se denominan cristianos—, el espíritu de estos días adquiere un carácter especial en las circunstancias actuales que vive el país, porque expresa sentimientos, ansias, frustraciones y esperanzas que cotidianamente tenemos los seres humanos.
En términos religiosos, la Semana Santa representa la última semana del mesías en la Tierra. Por eso, sus contenidos rituales van desde lo triunfal, hasta lo trágico y lo glorioso.
La Semana Santa es la conmemoración cristiana que recuerda los últimos momentos de Cristo en la Tierra: la pasión, la muerte y la resurrección; es decir, desde que llega a Jerusalén proclamado Salvador, hasta que es procesado, muerto y enterrado y resucita.
Es un tiempo para dedicarse a la oración y la reflexión, acerca de cómo Jesucristo decide tomar el lugar de los hombres y recibir el castigo para liberar a la humanidad del pecado.
Además, la Semana Santa es el tiempo ideal para que el ser humano medite sobre sus acciones y los cambios que debe realizar para acercarse más a Dios y cumplir con sus mandamientos.
Lo ocurrido hace más de 2 mil años en Jerusalén, y sin importar la creencia en la que vivimos nuestra espiritualidad, es un evento que más allá de su trascendencia histórica tendría que servirnos de inspiración para cuestionarnos acerca de cómo enfrentamos las dificultades cotidianas y en qué valores encontramos fuerza para alimentar la esperanza necesaria para superarlas.
Lo que ocurre en estos días es, sin duda, fuente de incertidumbres e inquietud, debido a las crisis que atravesamos y a la amenaza que pueden significar para el futuro del país en su conjunto y de cada uno de los bolivianos y sus familias.
Los conflictos entre el Gobierno y algunos sectores sociales parecen no tener fin, lo mismo que las pugnas políticas marcadas, en su mayoría, por la codicia de poder.
La incertidumbre acerca de la situación económica presente y futura es la fuente principal de inquietudes. Inquietudes que crecen aún más debido a la desconfianza ciudadana en quienes la mayoría de los bolivianos confiaron la dirección del Estado.
Es sobre esta realidad que, más allá de identidades religiosas, de diferencias políticas y de pertenencia social los bolivianos debemos reflexionar.
Y es precisamente en el desafío de esta incierta circunstancia que estos días de la Semana Santa pueden revivificar nuestra esperanza en que, así como la cruz es signo de muerte y de sufrimiento, los es también del amor que debemos aprender a entregar, con humildad, por encima de todo egoísmo.