El horario laboral de invierno, que se aplica de manera obligatoria desde el lunes próximo, se perfila como una medida propicia impuesta por el Gobierno y cuyos beneficios podrían trascender las razones sanitarias que lo motivan.
Esa modificación temporal en las horas de ingreso y salida del trabajo —tanto en el sector público como en el privado— podría tener mayores resultados positivos si se opta por retrasar los relojes una hora, es decir, adoptar un horario de invierno global.
La motivación esencial del decreto que establece el “horario de invierno en la jornada laboral” es esencialmente sanitaria: “la prevención de infecciones respiratorias agudas durante la temporada de temperaturas bajas”.
La medida es similar —tanto en su motivación como en las horas—a la que rige para las actividades escolares.
En esa similitud reside, precisamente, una de las ventajas: se mitiga de igual manera para trabajadores y estudiantes la posibilidad de enfermarse debido al frío invernal.
Ese beneficio se extiende a quienes necesitan acudir a las oficinas, especialmente de la administración pública, con el fin de realizar trámites.
La otra ventaja es la coincidencia de los horarios de ingreso escolar y laboral, lo que facilita el inicio de las jornadas para padres e hijos a la misma hora. Eso, tanto en el plano doméstico, todos desayunan juntos, como en lo referente al transporte.
Si las empresas, cualquiera su tamaño y actividad, lo mismo que la administración estatal, inician sus labores a las 9:00, como lo establece la medida, y los estudiantes ingresan a los establecimientos educativos también a esa hora, se da un real retraso en la hora del inicio de actividades.
Eso es muy parecido a lo que existe en muchos países europeos, y dos de América del Sur, donde los relojes se retrasan una hora poco antes del inicio del invierno y vuelven a ajustarse en el sentido contrario poco antes de comenzar el verano.
Las razones de esa práctica tienen que ver principalmente con el ahorro de energía, pues en otoño-invierno amanece más tarde y en primavera-verano el tiempo de luz solar es más extenso en la jornada.
¿Por qué no pensar en la posibilidad de establecer en Bolivia una variación similar?
La motivación aquí no tendría que ver con el ahorro de energía, pues la diferencia en la duración del día —el tiempo transcurrido entre el amanecer y la caída de la noche— no es muy significativa.
Pero las razones sanitarias y prácticas ya explicadas bien podrían justificar la existencia de dos horarios diferenciados en el año. Esto en función de las temperaturas y del riesgo que representan las infecciones respiratorias.A