Hoy comienzan las dos semanas de vacaciones invernales, que el Gobierno prefiere llamar “descanso pedagógico”, pues, según explica, la pausa no es tanto por la salud física ante el frío de la época, sino por la salud mental y, por tanto, surge la instructiva clave para los maestros: están prohibidos de dar tareas, llamar a clases de nivelación o reforzamiento o convocar a cualquier actividad que implique un esfuerzo intelectual, por mínimo que sea.
El Ministro de Educación literalmente ha exhortado a los estudiantes que “se olviden de las tareas” para volver a las aulas “con nuevas energías”.
Esta posición no termina de cuajar entre los adultos, sobre todo en los maestros y en quienes en sus épocas de colegio tuvieron verdaderas misiones que cumplir con investigaciones de temas, lecturas de libros completos, elaboración de maquetas en tamaño real, presentación de esqueletos humanos y otros trabajos prácticos menores.
Hoy, la situación de los niños será totalmente contraria: no hacer nada de tareas… hoy se sanciona lo que antes era visto como algo digno de encomio.
Los padres no saben qué hacer con sus hijos y para que no estén todo el tiempo en el sofá frente al celular (antes era frente a la tele), les buscan cursos de arte (pintura, danza, teatro), de tecnología o de algún deporte, cualquier actividad con tal de que los menores no se queden en casa sin saber qué hacer y dejen en paz a los mayores.
Los pedagogos tienen opiniones divergentes sobre la conveniencia de esas actividades. Hay los que las ven como un refrescante cambio de dinámica para los estudiantes, y hay los que se oponen a ellas, pues, según ellos, inscribirlos en nuevos cursos sólo terminan agregándoles estrés.
No pasará nada perjudicial por dos semanas sin deberes escolares, pero también sería lamentable que se desperdicie todo ese tiempo sin actividades provechosas.
Quizá lo mejor sea encontrar un punto de equilibrio entre ambos extremos. Para ello entra en juego la iniciativa, creatividad y responsabilidad de padres e hijos.
Convendría encontrarles un quehacer de su gusto e interés y que conduzca a resultados productivos. La gama de opciones es amplia: desde alguna práctica deportiva, hasta talleres de arte, pasando por la lectura.
La idea es que los estudiantes disfruten de la actividad y ésta les signifique un mesurado desafío que al superarlo les procure la satisfacción del logro.
Sin el ajetreo que significan las clases para los estudiantes, y también para sus padres, este es también un tiempo propicio para la interacción familiar, para la revitalización de esas dinámicas que acercan más a quienes viven bajo el mismo techo. Conseguirlo puede ser una buena tarea para esta vacación.