La reciente proclamación de la victoria de Maduro con nada menos que el 51 por ciento de la votación ha causado sorpresa en propios y extraños, sobre todo cuando días antes de los comicios las encuestas de intención de voto levantadas por consultoras independientes daban al opositor González una ventaja de hasta 20 puntos sobre su rival. Sin embargo, el resultado ofrecido por el CNE venezolano no sólo deja en el aire todas estas encuestas, sino que confiere a Maduro una cómoda e “irreversible” diferencia de siete puntos y un porcentaje que supera la mitad de la votación: suficiente para declararse nuevamente presidente hasta 2031.
¿Qué pasó? ¿Se equivocaron las encuestadoras? ¿Cayeron en estos errores todos los expresidentes latinoamericanos (incluso de izquierda) que aconsejaban a Maduro “saber perder”? ¿Hubo un viraje repentino de la opinión de la población? ¿O simplemente, como esgrime la oposición, se perpetró un fraude para mantener al candidato oficialista en el poder? La oposición venezolana anunció una investigación sobre el tema, pero hasta el domingo por la noche sólo contaba con el 25 por ciento de las actas escrutadas. Por el contrario, fueron el CNE y el propio Gobierno quienes se adelantaron en anunciaron un intento de sabotaje “terrorista” al explicar la caída del sistema de cómputo electoral. La Fiscalía ya ha acusado públicamente de estas acciones a los opositores Corina Machado y Leopoldo López, además del asesor Lester Toledo.
Así las cosas, la oposición parte con una desventaja. Quizá su esperanza sea el respaldo internacional. Rusia, China e Irán, han felicitado a Maduro y reconocido su victoria. Del otro lado, la ONU, Estados Unidos, la Unión Europea, España, Colombia, Brasil y otros países reclaman al Gobierno de Venezuela las actas de los centros electorales para demostrar la veracidad de las cifras.
En tanto, los contrarios al régimen han desplegado desde el mismo lunes, varias marchas de protesta contra lo que ellos están convencidos de que fue un fraude. Venezuela se juega mucho en estas horas de incertidumbre. Se suponía que estas elecciones eran una especie de referendo para medir si los venezolanos querían seguir con el proyecto “revolucionario”, como lo autodenomina el oficialismo. La Casa Blanca, la oposición y Noruega como mediador trataron de que fuera lo más transparente posible para que el ganador normalizara la vida política del país y consiguiese sacar a Venezuela del aislamiento internacional en el que se encuentra.
Sin embargo, aún tendrá que demostrar que los resultados anunciados en estos comicios responden a la voluntad popular de los venezolanos, y lo mejor que puede hacer es mostrar las actas electorales. De otro modo, su victoria quedará en duda ante su país y el mundo.