El objetivo del desarrollo es que la gente viva feliz. Los fines del desarrollo no son más mercados y menos Estado o viceversa. Estos son los instrumentos, los caminos, los medios que se podrían seguir para que las comunidades vivan mejor.
En tiempos polarizados y de vulgarización del debate, se confunden objetivos con medios. Los fines del desarrollo son construcciones de acción colectiva con base en valores. Los medios o instrumentos, Estado o mercados, son sistemas, de incentivos y restricciones, imperfectos.
Para algunos, el mejor asignador de los recursos escasos de una economía es el Estado que, planificando, regulando y produciendo, defiende de mejor manera el interés público y ayuda a distribuir la riqueza entre la gente. Para otros, el mercado, a través del movimiento de los precios y del acomodo de la oferta y demanda, es el mecanismo descentralizado capaz de generar fortuna y distribuirla de manera eficiente.
En realidad, como toda creación humana, ambas formas de asignar riqueza son imperfectas. Mercado y Estado tienen muchas fallas. En el primer caso, son muy conocidos los problemas que se presentan cuando aparecen los monopolios que colocan precios abusivos, y de esta manera restan bienestar a la gente. Existen ciertas actividades que no pasan por el mercado, beneficiando o perjudicando a un tercero sin que la pérdida/beneficio se contabilice; éstas son las famosas externalidades negativas (contaminación ambiental) o positivas (vacunas). Otra falla conocida del mercado son las asimetrías de información, cuando el consumidor o vendedor tiene una ventaja informativa, lo que enceguece al mercado. Piense en las crisis bancarias.
Tenemos, asimismo, las fallas de coordinación entre privados que lleva a desequilibrios entre empresas y a otros problemas macroeconómicos, como inflación o recesión. Para corregir todos estos problemas el Estado puede promover la competencia, regular, fiscalizar, supervisar, incentivar e incluso intervenir produciendo algún bien o servicios.
Por su parte, en la práctica, el Estado también presenta graves fallas. El aparato estatal tiene serios problemas para conocer la demanda de los ciudadanos, y/o empresas. ¿Cómo conoce, agrega, prioriza y ofrece lo que la población quiere? Elecciones, consultas, mecanismo de participación, referendos son algunas de las formas imperfectas de recoger demanda societal. En este contexto, sus decisiones siempre serán incompletas e imperfectas.
También, el Estado puede estar capturado por burócrátas/políticos o por grupos de interés que sólo tendrán el objetivo de capturar las rentas que se generan dentro del Gobierno. Los males más conocidos son la corrupción y el prebendalismo. El Estado puede ser muy ineficiente porque no puede evaluar costos y beneficios, y se mueve por una lógica de manutención y acumulación de poder. ¿Cómo se corrigen estas fallas? Pues con democracia, transparencia, construcción de institucionalidad, supervisión, descentralización de las decisiones, sistemas de pesos y contrapesos, excelente capital humano, carreras administrativas y otros mecanismos. Ni el mercado ni el Estado se crean solos, tampoco se autorregulan o estabilizan, menos aún se autolegitiman.
De una manera más conceptual, lo público o privado, para que funcionen, dependen de reglas de juego formales (legislación) e informales (usos y costumbres), de arreglos institucionales y de la calidad del capital humano. Para un mejor funcionamiento del mercado se requiere garantizar derechos de propiedad, públicos, privados, colectivos y hacer cumplir los contratos, es decir, instituciones creadoras de mercados.
También son fundamentales las instituciones reguladoras de los mercados. Con frecuencia se desequilibran, generando pérdida de empleo e inflación. Cuando eso pasa se requieren instituciones estabilizadoras de estos. Piensen, por ejemplo, en las políticas fiscales y monetarias. Finalmente, los mercados pueden ser eficientes pero injustos, para ello requieren de instituciones que los legitimen, a saber: políticas redistributivas, tanto de seguridad como de asistencia social.
Pero, insisto, mercados y Estado son instrumentos que, además, para que funcionen dependen de cohesión social, pactos y valores.
La esencia de la vida social es la confianza y la reciprocidad, es el pacto en el espacio del microcosmo societal (familia, empresa, comunidad) pero también a nivel estatal (leyes, Constitución).
Las razones para justificar cualquier tipo de modelo de desarrollo deben estar ancladas en pactos con base en valores (justicia, libertad) y no al revés, como ocurre en la actualidad, cuando los valores están instrumentalizados. Los medios justifican el fin, razón por la cual el tejido básico de la sociedad está deteriorado, en algunos casos, y en otros, destruido, tanto por el individualismo impuesto por el mercado como por el colectivismo financiado con favores del Estado.
En ambos casos se ha roto la ética de la confianza, prevalece el egoísmo o el privilegio del grupo sobre el todo de la comunidad. Se ha quebrado la relación entre ética y prosperidad. Tanto para el capitalismo especulativo financiero como para el capitalismo estatal de amiguetes, todo vale para acumular riqueza y poder. No puede existir desarrollo sostenible sino se repone la ética de la reciprocidad y del bien común, este es una construcción colectiva.
Por eso, el desafío mayúsculo es cómo repensar el desarrollo a partir de la ética de la reciprocidad en la familia, la comunidad, la empresa, el Estado y el mundo. Por ejemplo, el cuidado del medio ambiente o el poner al capital humano en el centro del desarrollo son tareas de acción colectiva basada en valores y reglas de juego. Para lograr estos objetivos cuánto Estado (reglas de juego y acciones) sea necesario para crear las condiciones de oportunidades entre los ciudadanos a través de la educación y cuánto mercado sea deseable y posible para la generación de innovación y riqueza en una sociedad sostenible entre iguales.