Durante los últimos días, periodistas, analistas y ociosos han estado preguntando por el Milei boliviano como quien busca petróleo y piensa que será su salvación. Y es que la impresionante victoria del actual presidente argentino, que está demostrando buscar un cambio, ha hecho pensar a muchos en Bolivia que podemos quizás, milagrosamente, repetir la historia de nuestro vecino.
Saravia, Galindo, un tal oficial Lara, Claure y otros nombres se han barajado en los últimos días y, cual profetas de la antigüedad, muchos han tratado de proclamar al futuro presidente de Bolivia que lograría superar a un Movimiento al Socialismo (MAS) debilitado. Un líder que no vendría de la clase política también agotada, que inyectaría al país vientos de cambio para salir de la crisis económica y política y que, de yapa, lograría poner un alto a la polarización.
Cuando una es historiadora, y además algo experimentada, sabe que en Bolivia ya hemos tenido “mileis” es decir, personajes antisistema que además, tenían lo que en yiddish se dice chutzpah; una persona con chutzpah, es alguien a quien le gusta modificar el statu quo y enfrentarse a una organización o persona más grande y poderosa, y demostrarle su superioridad. Esos outsiders han existido en el país y se han posicionado en su momento, dejando un aura mesiánica a su paso.
René Barrientos, outsider que creció gracias a que cuando el MNR de los 50 ya no pudo controlar a sus milicias, y se vio obligado a rearmar a las FFAA con ayuda de Estados Unidos, la división de ese partido rosado junto con la crisis económica y política propiciaron la aparición del joven militar que, además, hablaba quechua y supo concentrar el ya existente pacto militar-campesino y dio (aunque desde dentro del MNR) una patada de tablero al curso de la Revolución Nacional.
Sí, los “mileis” aparecen en tiempos en que las instituciones pierden credibilidad y hay desaceleración económica ¡Y vaya que los bolivianos sabemos de eso! Justamente 1980 —en medio de una enorme crisis del Poder Ejecutivo— vería el momento cúspide de nuestro otro outsider: Marcelo Quiroga Santa Cruz. En los 70 e inicios de los 80 ser outsider no era no estar en política, sino no ser parte del aparato estatal-militar o de su círculo de apologetas. Quiroga inició el juicio a Banzer y, junto a otros, exigió el final de las dictaduras.
Años después y ya en democracia, aparecería un verdadero outsider político: Carlos Palenque, producto de la carga social de las medidas de ajuste de 1985, tras la hiperinflación que se produjo durante el gobierno de la UDP. En 1998, tras su muerte, Rafael Archondo auguraba el final de su partido, Conciencia de Patria (Condepa) pues ya no tenía a Palenque, quien despotricaba en sus medios contra el Gobierno y el sistema, que abiertamente llamaba “gringo lunthata” al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y proponía el “modelo endógeno” que acabaría con los males del neoliberalismo.
Mi último “Milei” todavía existe y da batalla, es una figura que fue fortaleciéndose desde 2002. Como líder de los cocaleros, enfrentó a lo que él llamaba “el Estado neoliberal e imperialista”, todo un antisistema que emocionó a quienes estaban cansados de los llamados neoliberales y su desgastada y corrupta política. Evo llegó con la promesa de un cambio, de ahí que bautizó a su era “el proceso de cambio” y fue, de los cuatro personajes mencionados, el único que vivió para ver los frutos de su carrera en la política.
Los cuatro tienen en común su fuerte cercanía a la población, los cuatro tienen liderazgos populistas y los cuatro se enfrentaron al sistema establecido de su tiempo proponiendo un nuevo rumbo y lo más importante: a los cuatro, la gente les creyó.
Barrientos murió en un sospechoso accidente de helicóptero, Quiroga Santa Cruz fue asesinado por la gente de García Meza, Palenque murió por un ataque cardiaco y Evo sufrió el destino más trágico que puede tener un outsider: fue absorbido por el sistema y terminó su gobierno huyendo del país. Volvió y quizás lo tengamos como presidente de nuevo, pero ya no será el rebelde que propone una vuelta de tortilla ni la figura esperanzadora que tiene todo “Milei” en la historia.
Así que cuidado con buscar y encontrar. Uno de los grandes defectos de las sociedades latinoamericanas es esa necesidad de salvadores y libertadores que parece haberse quedado en nosotros desde la independencia. Necesitamos héroes que nos rescaten y a menudo caemos en manos de tiranos que nos hunden, eso se entiende en parte porque en nuestro continente el papel del Estado es preponderante y sus políticas públicas son capaces de cambiar el rumbo de los países.
Tanto así, que incluso el anarquista Milei lo ha entendido y ha entrado en el juego, por eso hoy es presidente de su país y todavía no le prende fuego al Banco Central. Sin embargo, ahí mismo radica la debilidad del outsider: es fácil enfrentarse a un Estado corrupto, pero no puedes derrotarlo si no es desde ese mismo Estado, no hay instituciones lo suficientemente fuertes fuera de él como para crear hegemonía, él mismo no es capaz de hacerlo, pero su poder de iure todavía tiene peso a la hora de tomar decisiones.
Así pues, cualquiera que llegue al poder debe pactar, algo que a los outsiders no les es fácil porque ser outsider implica enfrentarte a todos, descalificar a todos y, en el camino, terminan cediendo y si no pueden ceder, el sistema mismo los elimina (física o políticamente). Entonces ¿Vale la pena? Sí, porque gracias a ello se mueve el carro y se suele salir del empantanamiento. Así que sigan buscando no más, y feliz año nuevo.