En el presente, en Bolivia, los indígenas anhelan un orden social modernizado muy similar al que pretenden todos los otros grupos sociales del país: servicios públicos eficientes, sistema escolar gratuito, acceso al mercado en buenas condiciones, mejoramiento de carreteras y comunicaciones y entretenimiento por televisión. Hasta es plausible que los indígenas vayan abandonando paulatinamente los dos pilares de su identidad colectiva: la tierra y el idioma. Para sus descendientes una buena parte de los campesinos desea profesiones liberales citadinas y el uso prevaleciente del castellano, el chino y el inglés.
He tratado, muy brevemente, de describir los nexos entre la identidad colectiva y los dilemas contemporáneos de la gobernabilidad, dilemas que se expresan, por ejemplo, en la tendencia a entender y, por consiguiente, a resolver los conflictos por afuera de las instituciones, utilizando a menudo las viejas artimañas del amiguismo y la corrupción, y si estas no resultan suficientes, las técnicas contemporáneas de los bloqueos y la violencia, sin importar los derechos de terceros. Las diversas fracciones del Movimiento al Socialismo (MAS) se han destacado vigorosamente en la utilización masiva de estos hábitos, y, en el fondo, en perpetuar el carácter premoderno, antidemocrático y autoritario de la cultura política boliviana.
Por otro lado, la eficacia explicativa de los teoremas de la identidad colectiva y de las dos Bolivias me parece limitada. El concepto de identidad está ligado a un núcleo sustantivo de la nacionalidad o de la comunidad resistente al paso del tiempo y a los avatares cambiantes de la política. En lugar de identidad puede ser más adecuado el uso de mentalidades colectivas, lo que comprende valores de orientación y pautas de comportamiento que pueden persistir largo tiempo, pero que se van modificando con el desarrollo social y cultural. Y aquí emerge lo positivo para el espíritu liberal-democrático: las mentalidades pueden ser modificadas paulatinamente por la acción combinada de la educación, la televisión, las redes sociales y los contactos cada vez más estrechos con el mundo exterior y con otras culturas. No es, por supuesto, una garantía de éxito.
Estos cambios de la mentalidad colectiva, por cierto muy lentos, han sido detectados por varias encuestas públicas de alta representatividad. Las primeras las realizó la antigua Corte Nacional Electoral a comienzos de este siglo, y están brillantemente resumidas en el libro: Entre dos mundos, de Jorge Lazarte, libro que, como era de esperar, pasó totalmente desapercibido. La tesis principal de Lazarte nos dice que la sociedad boliviana se halla transitando desde un ámbito premoderno, autoritario, provinciano-pueblerino y proclive al caudillismo, hacia un mundo moderno, pluralista, democrático e influido por el racionalismo. La agrupación Ciudadanía (Cochabamba) realizó entre 1998 y 2018 diez grandes encuestas de alta representatividad sobre la cultura política boliviana, y llegó a conclusiones muy similares. Los resultados fueron publicados mediante diez libros que aparecían cada dos años, libros que, obviamente, casi nadie ha leído.
La conclusión es la siguiente. La cultura política del autoritarismo y las prácticas irracionales no son algo exclusivo de la Bolivia rural y de los sectores premodernos del país. El rechazo de normas liberal-democráticas, el desdén por los derechos humanos en la praxis cotidiana, el involucramiento en fenómenos de corrupción y el menosprecio del racionalismo a largo plazo, son también palpables en el ámbito urbano y entre ciudadanos de buena educación formal.
La cultura política del país sigue siendo básicamente autoritaria. La mayoría de los sectores sociales continúa inmersa en valores colectivistas, favorables al caudillismo convencional.
Prosigue muy vigorosa la tendencia a resolver los conflictos por afuera de las instituciones y a fomentar una atmósfera de indiferencia frente a los fenómenos de corrupción, burocratismo y desinterés ante los problemas del medioambiente y del cambio climático.
Pero existe, como dije, un resquicio para la esperanza: la mejor educación, las relaciones cada vez más estrechas con el mundo exterior y sus valores universalistas y la construcción paulatina de una ciudadanía moderna de corte racionalista, pueden contribuir eficazmente a una modernización de las pautas de comportamiento y, por consiguiente, a un debilitamiento de la cultura política autoritaria.
El autor es filósofo