Primera escena, dos amigas se encuentran en una cita pactada. Se ven en el cafecito de siempre, al llegar se saludan contentas, la tarde presagia una charla llena de complicidad y secretos. Piden algo de tomar y acto seguido una de ellas comienza el periplo, su propio viaje a través de la pantalla de su celular e intenta intercalar su atención hacia una conversación que por supuesto es interrumpida por mensajes que llegan a su móvil. Luego de un momento se quedan en silencio, son tres en esa mesa, obvio las dos, y el gran invitado: el gigante digital con el que nadie puede competir.
Esa escena de una reunión fallida me recordó algo, dos preguntas que leí por ahí ¿Qué es lo primero que haces al despertar? ¿Y qué es lo último antes de dormir? Pues la respuesta tuvo que ver con ojos en la pantalla del celular o de la computadora en una revisión de cualquier cosa, un like en algún comentario de cualquier red social. No importa donde navegamos lo que sí es vital es estar conectado o estar al tanto de quién nos sigue o qué novedad nos trae este mundo digital, porque la huida del mundo ya no es siquiera una opción. ¿Ser anónimo en una era de esquizofrénica visibilización? Inténtelo, pero quien no se sube a este tren bala no existe.
Tampoco se trata de hacer comentarios apocalípticos porque en primer lugar a nadie le interesa vivir fuera de la red y segundo porque nadie escapa de esta nueva forma de construcción del yo social, uno que cada día más prefiere estar “escrolleando” o navegando por esa ruta de incontables caminos que nos brinda el mundo digital. A partir de 2018, según el portal Statista.com, el uso promedio diario de las redes sociales por parte de los internautas a nivel mundial se situó por encima de los 140 minutos por día, destacando especialmente el año 2022, cuando el promedio superó los 150 minutos.
Nadie nos preparó para este cambio tan radical de la vida, entonces, lo único que nos queda es comenzar a pensar y difundir una educación digital. Como dejar de estar conectados es una utopía, debemos aprender a dosificar nuestra vida en el cibermundo, porque no puede ser que se cumpla a cabalidad eso que el Internet aproxima a los que están lejos y aleja a lo que están cerca. Se debe pensar en una dieta digital, Iván Castro, educador social, la define como un término que hace referencia a la regulación de usos de pantallas, es decir el tiempo de consumo de videojuegos, redes sociales, apps, Tv, internet, etc. Se ha creado una analogía entre calorías y tecnología. De la misma manera que se clasifican los alimentos, se analizan sus efectos en el organismo y se regula su ingesta para establecer un equilibrio adecuado en la persona.
Producto del consumo excesivo de las nuevas tecnologías deviene la nomofobia, que consiste en el miedo irracional a estar sin el móvil, cosa que pude comprobar con mi amiga y pensar en qué pequeña tragedia se cierne sobre nuestra cotidianidad cuando dejamos olvidado el celular en casa. Por tanto, esta dieta digital supone y busca liberarnos, durante un tiempo determinado que, para ser realista, podría ser de una o dos horas, de todo lo relacionado con lo digital.
La fórmula podría ser: apaga el celular, al menos por un momento, y enciende tu vida.
Segunda escena, mismo lugar y mismas protagonistas. Las amigas se saludan y como es de esperar una de ellas comienza el viaje por el mundo digital, la otra, se levanta silenciosamente y se retira del lugar. Tercera escena —continuación de la primera luego de más o menos unos 15 minutos del inicio— la ciberadicta levanta los ojos de la pantalla de su móvil y repara que está sola en el cafecito, espera unos cinco minutos no sin dejar de dar un vistazo rápido a su pantalla, luego de un momento repara que su amiga se ha marchado.
¿Cómo se llama la película?