El 15 de abril, toda una efeméride, el expresidente Jaime Paz Zamora celebró su natalicio con un encuentro de amigos y compañeros en Tarija, al que tuve el honor de asistir para abrazarlo personalmente por sus 85 años cumplidos.
Aquel encuentro me conmovió en muchos sentidos, con la memoria histórica a flor de piel; una memoria en la que Jaime Paz Zamora quedó grabada con su figura combatiente y carismática, y su elegancia de fina estampa, lúcido y brillante.
Mi generación y la suya —la de él fraguada en el crisol del 52— nos tomamos de la mano como hermano mayor y menor transitando juntos por la vida en pos de una utopía que el líder supo cómo hacerla realizable, así como un hechicero tiene el secreto del conjuro mágico para transformar las cosas.
Nuestro partido fue como el aula universitaria, ellos los catedráticos, Jaime el rector, y nosotros los esmerados discípulos. Juntos, en términos de Gramsci, gestamos el bloque histórico de la resistencia heroica contra la dictadura militar para crear una hegemonía democrática, que es el principal patrimonio que estamos legando a nuestros hijos y nietos.
Juntos, abrazamos el ideal del Che y el compromiso humano de Néstor Paz, en el tiempo preciso, cantando canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, cuando fundar un partido como el MIR implicaba un genuino compromiso con el pueblo, asumiendo consignas valientes poniendo el pecho a la bala, de verdad, sin cobardes imposturas ni viles traiciones a los principios de nuestra ética fundacional.
Por ello mismo, juntos también, sentimos el dolor de su rostro lacerado cuando los paramilitares del narcotráfico intentaron asesinarlo pocos días antes del golpe fascista de 1980. Y más juntos todavía, lloramos a nuestros ocho mártires tras la masacre de la calle Harrington.
Acompañamos a Hernán Siles Suazo, Jaime en la vicepresidencia, con los votos de la Unidad Democrática y Popular (UDP) en un retorno a la democracia aún frágil y vulnerable, atenazada entre una derecha indolente que conspiraba desde la banca y la minería, y una izquierda tradicional siempre infantil, anclada en la errática incertidumbre.
Cruzando ríos de sangre en un inesperado contexto, después de los 80, más allá del discurso, como un acto de fiel vocación democrática y constitucional, Jaime Paz presidió, sino el único, uno de los gobiernos con mayor índice de respeto a los derechos humanos, a la libertad de prensa, de defensa a los pueblos indígenas, así como a las conquistas laborales del pueblo trabajador.
El gobierno de Paz Zamora supo distinguir, con una lúcida visión descolonizadora, la protección de la hoja de coca en su sacralidad cultural, y la interdicción férrea a la cocaína, impidiendo que Huanchaca se expanda al Chapare y los Yungas. Nos acercó como nunca a las costas del mar obteniendo la playa de Ilo en un pacto sin precedentes con Perú. El Gobierno de Jaime nos dio la Ley Safco y sentó las bases de una reforma del Estado con transparencia y calidad de gestión en la función pública, etcétera. Etcétera.
Jaime Paz es un líder generacional irrepetible, con una dimensión humana, demasiado humana, que ha dignificado a la política en Bolivia. Un ser sentipensante, como diría Galeano. El hombre que supo equilibrar democráticamente el poder del Estado con el de la sociedad civil.
Lo he visto con luminosa claridad en aquella trascendental dimensión histórica al abrazarle por sus 85 años, y quedé definitivamente convencido, fascinado, que valió la pena transitar esta bella aventura de ser bolivianos, junto a él, siguiendo su noble y generoso liderazgo.
El autor es arquitecto, docente de la Carrera de Arquitectura de la UMSS, exprefecto de Cochabamba, exdiputado, presidió la CUB y fue secretario ejecutivo de la FUL