El Vaticano ha publicado la semana pasada un importante documento, Dignitas Infinita, donde aclara su posición sobre varias cuestiones en debate; entre ellas la eutanasia, la pena de muerte, la homosexualidad, el cambio de sexo y la teoría de género, todas ellas abordadas desde el concepto de dignidad humana, como la define y discute el propio documento. Quizá haya ángulos nuevos bajo esta luz, pero la posición fundamental de la Iglesia sobre esos temas no ha cambiado, defraudando expectativas o apaciguando temores, según los de unos y otras.
Sin embargo, todavía bajo el concepto de dignidad humana, el Vaticano se pronuncia en este documento sobre el bien común y el valor del individuo como miembro de su comunidad, contra la libertad en clave individualista, sobre la indignidad de la desigualdad y la responsabilidad de todos en ello, el papel del Estado, los crímenes medioambientales y los derechos abstractos, como el acceso a la educación, salud y una vida digna, cuestiones políticas fundamentales todas ellas.
El documento critica la libertad irrestricta de buscar los propios intereses y apartarse del bien común:
“Cada vez más se corre el riesgo de restringir la dignidad humana a la capacidad de decidir discrecionalmente sobre uno mismo y sobre su propio destino […], sin tener en cuenta la pertenencia a la comunidad humana […] cuando la libertad es absolutizada en clave individualista, se vacía de su contenido original y se contradice en su misma vocación y dignidad”.
Sobre el medioambiente:
“Pertenece a la dignidad del hombre el cuidado del ambiente, teniendo en cuenta en particular aquella ecología humana que preserva su misma existencia”.
Sobre la desigualdad, se debe leer con detenimiento lo siguiente:
“[…] podemos decir que unos son más ‘libres’ que otros. El papa Francisco se ha detenido especialmente en este punto: algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad”.
“[…] no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos. […] Para que sea posible una auténtica libertad tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”.
Sobre esta cuestión añade:
“Uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos es la pobreza extrema, ligada a la desigual distribución de la riqueza. Como ya fue subrayado por san Juan Pablo II, «una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de la mala distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos.». […] Todos somos responsables, aunque en diversos grados, de esta flagrante desigualdad”.
Sospecho que los críticos del papa Francisco entre los sectores retrógrados del catolicismo considerarán que las posiciones políticas expresadas en este documento están manchadas del “socialismo de siempre”, pero un documento que ha tomado cinco años de cuidadosa elaboración no debe ser ignorado en ninguno de sus aspectos. Al final de cuentas, ésta es hoy la posición de la Iglesia católica.
Este cisma tiene una dimensión política, pues los más carcas están, aquí y en otras partes, alineando sus banderas con los libertarios y otros grupos de ultraderecha. Es, pues, importante notar que en todas las posiciones vaticanas citadas -bien común, derechos abstractos, desigualdad, medioambiente, pape del Estado y libertad- la de los libertarios, varias veces expresada, es contraria a las del Vaticano. Naturalmente, nada los obliga a coincidir con las posiciones oficiales de la Iglesia católica, pero aquellos que quieren mezclar ideas religiosas con plataformas políticas deberían tomar en cuenta las discrepancias.
Esas diferencias fundamentales ponen en evidencia que el movimiento libertario está más alineado con la glorificación evangélica y protestante de los valores de la Teología de la Prosperidad y de la individualidad y la riqueza como prueba de mérito, que con las enseñanzas solidarias de Cristo recogidas en este Dignitas Infinita.
Esta es una de las razones por la que los discursos libertarios son ajenos a la cultura católica popular que quieren ignorar los pequeños círculos acomodados que, como bien dice la frase arriba citada, “no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad”. Es decir, como ya se ha dicho tantas veces, la libertad solo es la mayor preocupación para los que tienen lo demás resuelto.