La tragedia se cuenta sola: en un país fisurado, con un incesante y doloroso torrente de abusos sexuales, un expresidente acumula múltiples denuncias por trata y estupro. No hay denuncia más grave para la sociedad. Este hecho nefasto es el summum del abuso de poder: un hombre mayor (cuarentón, cincuentón, sesentón), presidente de Bolivia y líder de una poderosa organización política, encerrado en una habitación con una adolescente pobre y vulnerable, obligada por sus desalmados padres a acceder a las perversiones del Jefazo.
“Acabo mi gestión con mi cato de coca, mi quinceañera y mi charango”, declaró Evo Morales, hecho al gallo, en más de una ocasión, develando así su debilidad por las menores, una afición que hasta hoy le valió cinco acusaciones formales por abuso sexual.
Entre las más mediáticas, recordemos que la rubia platinada de la CAMC lo acusó de haberla embarazado cuando era menor de edad; o aquella extensa investigación policial que reveló que Morales sostenía una relación con Noemí N., la muchacha que lo acompañó en el exilio, desde que ella tenía 14 años… Y el caso actual de la joven Cindy V., que fácilmente podría servir de argumento para una película tristísima de Vittorio de Sica: con el objetivo de “escalar políticamente”, una pareja de cavernícolas inscribe a su hija de 15 años en la Guardia Juvenil de Evo Morales (¿?) y la conmina a tener relaciones íntimas con él.
Para cometer estupro, el “líder de los humildes” abusó del aparato del Estado con la complicidad de funcionarios públicos. La mayoría, lejos de censurarlo, celebraba sus comentarios machistas y sus chistes picantes y alentaba su comportamiento atropellador. Ahora están con las manos en los bolsillos, mirando al cielo y silbando cuecas, hechos a los giles. Otros, los más canallas, se dedicaban a conseguirle “ñustas” y acondicionaban los inmuebles donde los delitos se perpetraban.
Mientras su cínico abogado (quien fue aplastado en las últimas elecciones municipales de Cochabamba) toma aire y no expone, sino ametralla verborrea y una sarta de argumentos fulleros que intentan justificar lo injustificable, el pueblo, el pobre pueblo, tan ignorante, tan manipulable, tan adormecido, bloquea las carreteras y dice que protesta por la escasez de dólares, gasolina y diésel. Pero sabemos bien que ese no es el motivo, mañudos e insurrectos caballeros, y que sus dirigentes (esos caraduras que viajan en avión y que no sufren por la subida de la canasta familiar) no los mandaron a bloquear por razones patrióticas, sino con el único objetivo de defender a Evo Morales, Evo el prorroguista, Evo el diosecillo, Evo el estuprador, Evo el déspota que los zarandea a su antojo porque los ve tan vulnerables como a una adolescente de Yacuiba.
Los arcistas ahora lo censuran, lo llaman pedófilo, pervertido y anticristo, pero tienen en sus filas a numerosos camaleones que se partían de risa cuando el presidente Evo contaba que, tras sus visitas a provincias, dejaba a las jóvenes embarazadas, con el slogan “Evo cumple” impreso en sus barrigas.
El Gobierno de Luis Arce utiliza las acusaciones contra su antiguo jefe como mecanismo para desacreditarlo y anularlo como candidato presidencial, pero no ataca el problema en sí. De esa manera, una mujer abusada es sólo una herramienta de marketing político, una imagen amarillista para conseguir más votos, un objeto de prebenda como un panfleto o una polera. Y mientras él, todo bravucón, grita a las cámaras que “¡a los niños no se toca!”, el acoso, las violaciones y los feminicidios continúan con una frecuencia desgarradora. En momentos así, recuerdo el canto de frustración de las hinchadas argentinas cuando su equipo no da pie con bola: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
Pero a Evo Morales ya le llegó el peor de los ocasos. Él persiste y expone teorías cada vez más fantásticas (“este es un nuevo Plan Cóndor que promueve asesinatos morales a través de sentencias contra liderazgos populares”), pero tantas denuncias en su contra hicieron que, como en el caso amargo de Gisèle Pelicot, “la vergüenza cambie de bando”. Por mucho que patalee, ya no será presidente, su comportamiento misógino no quedará impune en tribunales ni en tribunas, y pasará su jubilación con un charango que no sabe tocar, cantando en un idioma que no sabe hablar, y sin la compañía de una pobre quinceañera.