El tráfico vehicular en la ciudad de La Paz es verdaderamente insoportable. A la gran cantidad de vehículos que diariamente llegan y sin tomar en cuenta las exigencias que de vez en cuando lanzan los “movimientos sociales” de contrabandistas, para nacionalizar vehículos “chutos”, hay que sumar el desorden con el que moros y cristianos conducen sus vehículos, echando al olvido las normas elementales de tránsito, seguros como suelen mostrarse de que con unos pocos pesos se solucionará todo.
En este maremágnum, cobra interés especial el transporte público que, como se sabe, tiene varias expresiones: los antiguos micros de la década de los 70 del siglo pasado, a los cuales no hay que chocar ni con el pensamiento porque son “fierro puro”; minibuses, crecidos en progresión geométrica gracias al neoliberalismo de los 80, y trufis, que existen desde finales de la década de los 60.
Ya no suelen verse, como en el pasado, pasajeros colgados o sujetos de los micros con el cuerpo al aire, arriesgando su vida y su integridad física, pero tales vehículos siguen desplazándose por las calles de la ciudad, a poca velocidad y ocasionando embotellamientos lamentables.
Los minibuses son una cosa aparte. Cualquier pasajero que los usa debe estar preparado para todo, como si fuera a enrolarse en la Legión Extranjera. El vehículo puede ser estrecho, estar en malas condiciones, apestar a excremento a una legua, y a ello hay que agregar que uno debe estar dispuesto a soportar la música que se le antoja al conductor, al volumen que se le ocurra, a que el minibús pare donde le dé la gana al conductor que, además, ufano gritará: “puede aprovechar” y “se apresura por favor”, en señal de la poca paciencia y escaso tiempo de que dispone, amén del poco respeto que tiene por el pasajero que es, al fin de cuentas, quien le provee ingresos diarios. Por supuesto, si el minibús está vacío, hay que esperar la santa gana del conductor para avanzar por las calles de la ciudad, en tanto si está lleno, hay que santiguarse pidiendo que no acelere como en algún circuito automovilístico y que no cruce cuando el semáforo está en rojo.
Los trufis, que nacieron como “Taxis de ruta fija”, son ahora trucacho”, “Taxis de ruta a capricho del chofer”, como acertadamente apuntó en su muro de Facebook mi amigo Williams Aparicio. A ello hay que agregar que muchos de ellos son viejos, en tanto otros han sido acondicionados de tal manera que muchos pasajeros caben apenas en su interior y corren serio riesgo de sufrir torción de sus testículos.
Entre los taxis y radiotaxis hay de todo, pero es un transporte caro, que no está al alcance de todos los bolsillos y que, cuando la ciudad está trancada, como sucede con bastante frecuencia, no reporta gran beneficio, pues tarda tanto como un micro.
En todo caso, casi la totalidad de estos vehículos de transporte público no respeta las normas de tránsito y, cuando se encuentra en alguna trancadera, no encuentran mejor expediente que tocar bocina de manera desconsiderada, seguramente esperanzados en que, mientras más largo tiempo y con mayor volumen lo hagan, mágicamente se despejará el camino o adelantarán misteriosamente cinco o seis lugares. Todo ellos aplican a rajatabla la norma clave de tránsito en Bolivia: “Yo primero”.
Hay, sin embargo, dos medios de transporte distintos: “Mi Teleférico” y “Pumakatari”. El primero, ayuda a llegar a sitios a los cuales sería imposible en circunstancias de bloqueos. El segundo, se caracteriza por la amabilidad de sus conductores y anfitriones; en él se respira un ambiente de paz, respeto y consideración.
Pero como nada es perfecto, en el teleférico uno tiene que tropezar con pasajeros que se instalan a la entrada de las cabinas, importándoles un comino la incomodidad que causan a su prójimo. Su afán es curioso: quieren ser los primeros en salir de la cabina (¿será que necesitan ser primeros por lo menos en eso, porque sienten que en sus vidas no son primeros?). Entre estos ejemplares hay de todo: trabajadores manuales, estudiantes, presentadores de radio y TV, profesionales; vestidos con terno o traje casual. Lo importante, para ellos, es salir primero de las cabinas, y el resto… ¡que se joda! Y que se jodan también los que están obligados a escuchar música o noticias de los celulares de desconsiderados que hasta ahora no han descubierto para qué sirven los audífonos.
En el Pumakatari, muchas veces hay problema con la desconsideración de gente joven que, perdiendo el sentido de la vista de manera inexplicable, no ve que está en el bus personas de la tercera edad, mujeres embarazadas, personas con discapacidad, niños y niñas. ¡Les vale un carajo, pues siguen cómodamente sentados en sus asientos! Hay anfitriones que hacen su papel y consiguen que se sienten quienes necesitan hacerlo; pero hay otros que miran para el costado y no hacen nada para evitar que los usuarios “se molesten”.
Así, en medio de esto, debemos transportarnos en la ciudad de La Paz.