La salida de Fernando Savater de El País suscitó reacciones de dos tipos: desde airadas protestas (generalmente de personas alineadas con las derechas) hasta estruendosas ovaciones (generalmente de personas alineadas con las izquierdas). Estas reacciones, creo yo, justifican un análisis de lo que supone la salida de aquel medio, de uno de los escritores y filósofos españoles de más peso en las últimas décadas.
Hay casos en los que, intelectualmente, se envejece mal. Como los de Vargas Llosa o Savater, quienes durante su juventud y adultez fueron liberales críticos, pero terminaron siendo intelectuales alineados con la nueva derecha (el hecho de que Vargas Llosa aplaudiera a Milei, sin una palabra de crítica, es prueba de esto). Pero también hay casos en los que se envejece bien (o muy bien). Como, aquí en Bolivia, el de Mariano Baptista Gumucio, que comenzó siendo un nacionalista y un izquierdista, pero terminó siendo un espíritu libre, o en todo caso mucho más afín a la doctrina liberal que al izquierdismo contemporáneo o a lo que se (mal) llama “progresismo”. Sin embargo, ninguna de esas evoluciones intelectuales, nos gusten o no, y siempre que estén expuestas con una relativa solvencia argumental, debería significar la censura de un medio periodístico.
Sin embargo, según se dice, el motivo de la expulsión de Savater es diferente, toda vez que hoy se encuentra publicando un libro en el que lanza duros dardos contra la línea editorial de su ex casa periodística y deshonra a los periodistas de El País, medio que él mismo fundó hace casi medio siglo. Molestarse por insultos pronunciados a mansalva puede ser, creo, un justificativo relativamente válido para despedir a un periodista; pero también puede ser un pretexto mojigato (como anillo al dedo, según la situación) para echar a una pluma incómoda que no para de amonestar lo que al medio de marras le gusta alabar (o por lo menos no criticar).
No comulgo con todas las ideas de Fernando Savater. Para empezar, él es ateo y yo creyente, lo cual ya nos pone en cosmovisiones diferentes en cuanto a lo que son vida y el mundo. Pero muchas de sus visiones sobre la política y la sociedad se me hacen acertadas. Su Diccionario filosófico me parece que está muy bien escrito, con un prosa justa y limpia, cosa ya de por sí difícil de hallar en los columnistas y lo cual debería ser un criterio muy positivo de valoración periodística. Más allá de sus fruslerías en las que ciertas veces cayó (como todos los grandes escritores), sus juicios se alejaban del fundamentalismo, que es la enfermedad de la política y el periodismo, y apostaban por la libertad del ser humano. Y esto me hace pensar que El País más erró (haciéndose más daño a sí mismo que al expulsado) que acertó callando una de estas voces incómodas.
Considero que un medio plural y serio no debería resentirse o enfadarse por los “insultos” (término ya de por sí relativo) de uno de sus columnistas, como se enfada una mujer o un hombre inmaduro en una discusión privada al cabo de la que termina su relación sentimental. Despedir a un periodista como Savater por haber criticado duramente la línea editorial del medio (o, si se quiere, por haberlo “insultado”) se me hace infantil y es un mal precedente para la libertad de opinión en un diario sin duda importante.
Ahora bien, la libertad de expresión ¿hace a un periodista una persona inmune a todo veto o expulsión? No lo creo. En 2019, por ejemplo, Página Siete expulsó a la agitadora feminista
María Galindo por verter en su columna acusaciones delicadas, teniendo en cuenta la cuasi guerra civil en la que estaba inmersa Bolivia. Esa expulsión, ergo, no se debió a desavenencias ideológicas con la línea editorial del mentado medio ni a “insultos” que deshonraban la dignidad de sus trabajadores, sino a inculpaciones que quizá podían comprometer al diario que las publicaba. Sin embargo, en sus más de 10 años de vida, aquel periódico dio cabida a voces disidentes que se enfrentaban a su línea editorial: indianistas, socialistas, feministas, etcétera.
Lo que parece ser cierto es que El País está cada vez más a favor de los regímenes de izquierda populista, y eso va más allá de una decantación editorial profesional, a la que, por supuesto, todo medio tiene derecho. Por consecuencia, la expulsión de Savater hace sospechar que, más que un veto al insulto, se trata de un veto a su posición ideológica, que, aunque incisiva o áspera, sigue siendo legítima y valiosa.