Mucha sangre ha corrido bajo los puentes de gobiernos o administradores circunstanciales del poder, pero el mantra recurrente en boca de osados y perdidos gobernantes suele invocar el afamado “golpe de Estado”, el cual, derivado del francés coup d’État, no representa hoy las tomas del poder que otrora significaban las acciones militares que encumbraron a orondos generales en la silla y poder presidencial.
Lo acontecido el miércoles 26 de junio, obliga a reflexionar sobre el origen del término, cuando en el inicio del uso del concepto comenzó a ser empleado en Francia —siglo XVII— para referirse a una serie de medidas violentas y repentinas tomadas por el Rey, sin respetar la legislación ni las normas morales, generalmente para deshacerse de sus enemigos, cuando el rey mismo consideraba que eran necesarias para mantener la seguridad del Estado o el considerado bien común.
En este sentido original, el concepto era muy similar a lo que se denomina en la actualidad autogolpe, es decir, el desplazamiento de ciertas autoridades del Estado, por parte de la autoridad suprema. Es muy revelador recordar esto considerando las apresuradas declaraciones del excomandante en jefe de las FFAA respecto a las instrucciones que el presidente Arce le habría dado para las acciones que acontecieron en este aciago miércoles de junio.
La pregunta de si lo que sucedió fue un golpe o no, brindaría la oportunidad para sesudas tertulias y extremos conspirativos; sin embargo, es oportuno recordar tres situaciones emergentes de la presencia de militares en el kilómetro cero de la ciudad política por excelencia de Bolivia: La Paz.
Primero, el excomandante Juan José Zúñiga no se contenía en pleitesías y honores para con el vigente sistema gubernamental, siendo un valioso recordatorio de esto el 14 de noviembre de 2023, al recordar la conmemoración de la Batalla de Aroma advirtió a los “antipatrias” que no pierdan su tiempo golpeando los cuarteles y asegurando al presidente Luis Arce que “los militares cumplirán su misión de defender al gobierno legalmente constituido, la integridad de Bolivia ante afanes desestabilizadores y los recursos como el litio”.
Cuestión extraña, pues el mismo protagonista, procuró ser muy incisivo a la hora de analizar la coyuntura, criticando a propios y extraños y dando dobles mensajes en una entrevista de televisión, que más parecía una declaración de intenciones. Sospechoso para alguien que está acostumbrado a obedecer, más aún en tiempos turbulentos de sobrevivencia política.
Segundo, el tomar la plaza Murillo, y pretender “tomar el histórico Palacio Quemado”, no sería militarmente estratégico, pues el poder político se ejerce administrativamente desde la Casa Grande del Pueblo y no desde la antigua casona palaciega, entonces ¿por qué tomar el palacio o con qué fin ingresar? Las oficinas principales, incluida la del presidente Luis Arce, no se hallan ya en Palacio Quemado. La única razón justificable, sería para tomarla como símbolo, pero fuera de ello, no sería razonable ni meritorio si quisiéramos lograr un derrocamiento eficaz.
Por último, la posición pasiva del gobierno y autoridades de turno, ministros, en especial la actuación del ministro Del Castillo, que apareció en escena ¿para demostrar que no tenía miedo a la toma militar, o para ponerle tensión al momento que se desarrollaba en esos instantes en cercanías del poder político encarnado en el Palacio Quemado?. Sumado a ello, el mensaje presidencial de Luis Arce, que sumado a su personal de confianza, parecía más un refrito actuado, que una verdadera reacción ante lo acontecido, sin dejar de mencionar la transmisión en vivo de la ministra de presidencia Marianela Prada, que sin dejar su posición circunspecta mostraba la situación de la plaza desde las oficinas de la Casa Grande del Pueblo, más no reaccionaba como autoridad que se debe al orden constitucional vigente, pues como se constató después este era un golpe delicado, medido, de cristal.
El efecto sin duda fue el deseado, lograr apoyo de propios y extraños —opositores políticos incluidos— para el presidente “democráticamente electo”, rechazar cualquier exabrupto violento, venga de donde venga, llenar titulares y declaraciones de loas a la democracia, pero descuidando el análisis crítico, la sospecha de que la política en nuestro país es más de lo que se muestra, dice o se describe. Por ello, es también cuestionable la reacción temerosa y especulativa de cierta parte de la ciudadanía que se volcó a procurar combustible y provisiones como si el día del juicio final hubiera llegado.
No existe circunstancias que no sean manipulables cuando hay en juego grandes motivos, pero creer una narrativa prefabricada que se venía estableciendo en el imaginario colectivo desde hace unos meses, sería muy ingenuo de parte nuestra. Es por eso, que, desde la perspectiva crítica, se verá que Zúñiga no estuvo actuando tan sólo como parece y que las viejas estrategias de los servicios de inteligencia rinden frutos cuando hay burócratas dispuestos a jugar un papel en el teatro de la política boliviana. No cuestionar lo sucedido y creer solamente lo que vemos en tv, en un tiktok o en un posteo viralizado, no hace sino demostrar nuestra supina ignorancia en historia y política.