Con respecto al sacerdote extranjero Pedrajas, jesuita degenerado que cometió decenas de abusos en nuestro país, leo unas inquietantes declaraciones en la prensa. El sobrino de Pedrajas, persona que develó el escándalo, habría señalado lo siguiente:
“Decidí llevar la denuncia a la archidiócesis de Madrid, donde vivo. Pero, a día de hoy, no he conseguido darles el documento. He ido como en cinco ocasiones y no he conseguido identificar siquiera a la persona que me tenía que atender para recoger el documento. Después de dejarle mis datos, teléfono, email y que nadie me llamase, he dado por perdida esa vía. Impresentable”.
Es decir que la Iglesia española ha decidido ignorar el asunto, ¿esperando quizás a que todo termine en el olvido? Sabiendo esto, me cuesta creer que los jesuitas establecidos en Bolivia sean muy sinceros cuando piden perdón y hablan de escuchar a las víctimas. Es más probable que recurran a la práctica habitual, tan enraizada en nuestra cultura, de hacerse a los desentendidos (“no sabíamos nada, estamos sorprendidos”) y rezar para que el asunto desaparezca de la actualidad.
Sin duda creen, y no están muy equivocados, que la política de este pobre país nos distraerá pronto con alguna nueva barbaridad o estupidez.
¿O quizás confían en la tolerancia de los bolivianos hacia esos comportamientos e inclinaciones propias de enfermos mentales? Ahí tampoco estarían muy equivocados... pienso en particular en cierto líder político de izquierda, conocido, y siempre perdonado, por apetitos similares a los del jesuita Pedrajas. ¿Será algo inherente a la tradición nacional, esa herencia cultural lamentable y vergonzosa?
Tenemos hoy la oportunidad de exigir un castigo ejemplar para los cómplices de Pedrajas, tanto en la jerarquía jesuita como entre las criaturas y amigos de ésta. Apurémonos en hacerlo. No olviden el poder e influencia de la Compañía...