Si el Ejército nacional pretendió desairar los restos mortales del general Gary Prado Salmón lo único que obtuvo fue humillarse nuevamente. No rendirle los honores militares que merecía un general y un héroe en los combates en Ñancahuazú fue vergonzoso. Nuestros militares ya se habían humillado y perdido todo respeto ciudadano cuando se sometieron al “¡Patria o muerte! ¡Venceremos!”, que les impuso Evo Morales. Tuvo que ser una mujer, Jeanine Áñez, quien ordenara acabar con la ofensa contra las Fuerzas Armadas suprimiendo esa exhortación de la Cuba castrista.
Tenemos la plena seguridad de que, dentro de las Fuerzas Armadas, la mayoría de sus componentes se han sentido ofendidos porque el Alto Mando hubiera tenido que doblar la cabeza ante la exigencia de que al general Prado no se le rindieran los honores militares de reglamento. Que muchos habrán sufrido silenciosamente ver al combatiente de la quebrada del Yuro, en su camilla de inválido, asistiendo a las sesiones del fiscalato, acusado de separatista y de terrorista. Esa fue la mayor canallada. Y estamos seguros de que también hubo muchos soldados que repudiaron, hace años, el grito de guerra de Fidel Castro y del Che Guevara que el gobierno de turno impuso a un comando asustadizo.
Las Fuerzas Armadas deben acatamiento a la Constitución y por tanto ser respetuosas del poder político, pero siempre preservando el lugar que le asigna la ley de leyes. Ya se ha dicho hasta el cansancio que el Ejército no es la guardia pretoriana del presidente del Estado. Para eso existe un Regimiento Escolta que vela por su seguridad personal. Las Fuerzas Armadas no están para aplaudir y darle contento al primer mandatario a cambio de dádivas, porque las dádivas, aquí y en todo el mundo, se pagan con obsecuencias.
Está muy claro que el gobierno del MAS arribó al mando de la nación resentido con los militares. Durante años, tropas especializadas de las Fuerzas Armadas habían dado lucha cerrada a la producción de coca y de su derivado, la cocaína, en el Chapare. Hubo enfrentamientos en los montes y en los caminos y se produjeron bajas por ambos lados. Se llegó a punto de acabar con los sembradíos de coca, pero pronto llegó al Palacio Quemado Evo Morales y todo lo que se había realizado en materia de erradicación se malogró.
El odio a los militares no cesó y ante la imposibilidad de deshacerse de ellos, como hubiera sido su deseo, optaron por arrancarles el alma. Como se diría vulgarmente, les pusieron la pata encima. Ni siquiera en los desfiles los militares pudieron tener libertad alguna, porque en medio de las columnas marciales del Colegio Militar se atravesaban caminando a su manera, entremezclados con los cadetes, los indígenas de los movimientos sociales, con sus marchas y emblemas masistas. Decían que era para que el pueblo estuviera junto a su Ejército. Otro sofisma de los muchos que el MAS ha utilizado en su trato político.
Mucho podría escribir sobre el general Gary Parado Salmón, una persona a quien aprecié, pero de quien no puede ahondar con una amistad que me hubiera honrado. Lo conocí en México hace muchísimos años, cuando él se desempeñaba como ministro del gobierno del general Padilla. Allí tuve oportunidad de conocer su gran calidad humana y su capacidad intelectual reflejada en cuantiosas obras que escribió. Luego volvimos a encontrarnos en Santa Cruz, pero sólo con la frecuencia que nos permitía su condición física, en presentaciones de libros, exposiciones, o alguna reunión social.
No podía dejar de despedirme del guerrero por ningún motivo. Por eso el lunes de sus exequias, tarde gris como han sido los últimos días, estuve en la gobernación de Santa Cruz colmada de gente y luego en la catedral. Vi a muchos militares en retiro, viejos generales amigos; y me emocionó saludar a varios de quienes fueron sus soldados en Ñancahuazú, que conservaban sus boinas de los bravos rangers que combatieron bajo sus órdenes. Discursos muy emotivos de sus camaradas; el sentido agradecimiento de su hijo mayor; y aplausos, muchos aplausos. El féretro fue acompañado por una banda que interpretaba marchas militares. Por cierto, que no era la banda de la Octava División de Santa Cruz, que era la que correspondía a su investidura. Injusticias y cobardías de la vida.