Cuando el gobierno de Evo Morales anunció que Bolivia adoptaría la “diplomacia de los pueblos” a partir de su acceso al poder, expresamos que la tal diplomacia no existía; que la diplomacia era una sola para todas las circunstancias. Siempre hemos creído que la diplomacia tiene como objetivo regular las relaciones entre los Estados, dentro de reglas establecidas hace centenares de años.
No obstante, desde 2006, encumbrado Morales en el poder, se anunció, como medida que nos sobresaltó, la “diplomacia de los pueblos”, lo que nos parecía algo político, demagógico, pasajero, que sería puramente enunciativo. El propósito natural de esa nueva diplomacia era que, con la demanda de las organizaciones sociales, se ejecutara presión entre los vecinos, también en naciones más lejanas; en organismos internacionales y regionales, tratando de obtener reivindicaciones históricas y económicas, jugando a gran potencia.
Eso podía suceder dentro de Bolivia, donde todos ceden ante las nocivas marchas y los bloqueos, campo en el que Morales es un maestro, pero no incide en lo que es la política exterior. La “diplomacia de los pueblos” —fuera del atuendo islámico que adoptaron algunos embajadores— no hizo sino precipitar nuestro hundimiento en el asunto marítimo y en el pleito del Silala.
Evo Morales designó como ministro de Relaciones Exteriores al jilata David Choquehuanca, un indígena huachafo de un ayllu de la altipampa, pero, es cierto, un indio que había obtenido un diploma universitario. Ese canciller permaneció durante más de una década a la cabeza de la Cancillería (algo insólito en Bolivia) aunque, para su descargo, se debe reconocer que la política internacional la manejaba el presidente, el vicepresidente, y hasta algunos ministros.
A Choquehuanca poco se lo consultaba. Sabían que solo le brotaban ideas extravagantes y peregrinas. La labor del jilata fue barrer con el servicio exterior tradicional, cerniendo a los blancuchos del Ministerio, y ubicando en los cargos importantes —y en los menos importantes también— a gente afín al MAS, a aquellos “hermanos” que se habían pringado las manos de engrudo, pegando propaganda de Morales en las calles de toda Bolivia. El Gobierno afirmó que “la Cancillería debía tener un rostro indígena” y lo sigue repitiendo hasta hoy, sin explicar el porqué de ese racismo idiota.
Choquehuanca se dedicó a defender la hoja de la coca en cuanta reunión existía y a hacer apologías de la Madre Tierra, aunque los masistas resultaron ser unos verdaderos depredadores de la naturaleza. Trabajó en una agenda con la señora Bachelet, pero fue incapaz de aceptar una propuesta chilena de pagar por una parte de las aguas del río Silala; no lo aceptamos y el tribunal de La Haya dijo que Chile no debía nada y sanseacabó.
Sabemos que luego vinieron Huanacuni y Pary, indígenas huachafos también, que debieron soportar el terrible y doloroso contraste de la derrota marítima frente a la diplomacia chilena, también por decisión de la corte de La Haya. Con Arce en la presidencia, acaba de marcharse el señor Rogelio Mayta, de gestión absolutamente intrascendente según todas las opiniones, pero que el Gobierno logró incorporarlo como magistrado del Tribunal de Justicia de la Comunidad Andina.
Luego de 15 días sin titular, el lunes pasado ha sido posesionada como canciller, la señora Celinda Sosa, también con un “rostro indígena”, ya que, además de un ministerio con Morales, proviene de las Bartolinas de Tarija y usa la pollera, no sabemos si para sacarle provecho político o si lo hace habitualmente. En su discurso ya habló de su apoyo a los palestinos (hoy se entiende como simpatía por Hamas), demandó por que cese el bloqueo contra Cuba y Venezuela, hizo menciones favorables a la Celac, Alba y Unasur, incorporación a los Brics y ni una sola palabra sobre una aproximación a EEUU. Es, como no se podía esperar otra cosa, la línea ciega del MAS.
Sin embargo, afirmó ser la primera canciller en la historia de Bolivia, olvidando que la primera fue, hace muy poco, durante el gobierno constitucional de Jeanine Áñez, la prestigiosa internacionalista y funcionaria de carrera, Karen Longaric, naturalmente hoy en el exilio. Es la manía del MAS, de pensar que todo lo que no tiene que ver con ellos, no existe o es malo.
Dejando la huachafería de la “diplomacia de los pueblos”, Longaric fortaleció las relaciones con EEUU y con la UE, como debía ser. Hizo que venezolanos y cubanos dejaran de inmiscuirse en asuntos internos y declaró persona non grata a la embajadora de Venezuela y pidió la salida del embajador cubano Carlos Rafael Zamora, además de los 700 médicos de Cuba que realizaban un misterioso y caro trabajo en Bolivia. También se declaró persona non grata a la embajadora de México y a la ministra consejera de España, por intrusión en temas políticos del momento. Repuso las relaciones con Israel, que Morales había roto a instancias de Irán y que hoy Arce las vuelve a romper, sin disimulo, en apoyo a Hamas. Nos retiramos de la Alba y se inició nuestra salida de Unasur, que no nos servían para nada. Durante la pandemia se logró el regreso de 21.000 ciudadanos bolivianos y en su corta gestión, además de otros temas importantes, Longaric trató de establecer un servicio exterior profesional, que no se fijara solo en el rostro del funcionario, y que recuperara seriedad.
Es de esperar, aunque ya resulta dudoso luego de su posesión, que Bolivia se dé cuenta de que su principal ámbito de acción no está ni en el Medio Oriente, ni en el Caribe, sino mucho más cerca, en el vecindario americano incluida la primera potencia del mundo, Estados Unidos, con la que no nos trae ningún beneficio hacerle desplantes de niño malcriado, para después extender la mano pidiéndole un chupete.
El autor es escritor