¿Es la conducta moral de políticos, más aún de aquellos que llegan o aspiran llegar a la presidencia, pertinente al ejercicio de sus funciones y para el electorado? ¿Debería serlo? Lo que nos lleva a estas interrogantes es la conducta moral de Evo Morales y el impacto que ésta podría tener en el acontecer político.
Para un comentarista destacado como Ronald McLean, exministro de Estado y exalcalde de La Paz, parece que la conducta moral de Morales no afectaría adversamente su popularidad, sino que hasta podría mejorarla con los sectores de la población que lo siguen ciegamente. Y, aplicando ejemplos de EEUU, también cree que la vida privada no debería ser parte de la lucha política. Como respaldo cita los casos de Franklin Roosevelt y John F. Kennedy. Si las relaciones extramatrimoniales de estos dos políticos se hubieran conocido es posible que no hubieran sido electos o reelectos, aun cuando fueron dos de los mejores presidentes de EEUU. En su criterio lo único que importa en la lucha política es, o debería ser, sólo la capacidad de los políticos de resolver los problemas de la gente, no su conducta moral.
En el caso de Morales, existe una diferencia fundamental. Que se sepa, ni Roosevelt ni Kennedy tuvieron relaciones sexuales con menores de edad, lo que es criminal. Al tenerlas, Morales estaría haciendo algo tanto inmoral como ilegal. La cuestión es: ¿debería esto descalificarlo para ser candidato y presidente nuevamente? Aun cuando difícilmente se podría decir que no —aunque la insinuación de McLean es que no (al menos conceptualmente, tal vez no en referencia a una persona en particular)— más importante aún es si ante el electorado este comportamiento lo hace inaceptable como candidato.
¿Pero cuáles son las consecuencias políticas de dicho comportamiento? Parece razonable pensar que, dada la adhesión extrema de su base campesina indígena, por una parte, y de sus costumbres, como observa McLean, por otra, este comportamiento de Morales no afecte su imagen ni la adhesión de sus bases. Parece que esto es así, pero en términos electorales es intrascendente porque este sector de la población siempre votará por Morales haga lo que haga.
Sin embargo, ese comportamiento no parecería ser intrascendente para la, ya largamente mayoritaria, población citadina. La “clase media conservadora tradicional”, que McLean señala como la más dura crítica de la conducta de Morales, es minoritaria y en todo caso también irrelevante en términos electorales porque en cualquier caso jamás votaría por Morales. Pero el resto de la población urbana sí tomó en cuenta la conducta de Morales en el pasado y, dada la edad de la supuesta víctima (en el último caso del que tenemos conocimiento), tendría aún más peso ahora, resultando en una valoración negativa de Morales y por tanto afectando su capacidad de captar votos.
¿Por qué es esto así? La población citadina, aun los recién llegados a las ciudades, aspira, naturalmente y con toda razón, a un nivel de desarrollo y cultural más elevado del que dejaron atrás, ni que decir del resto de la población urbana. ¿Acaso no son condenables las relaciones sexuales de una adolescente de 15 años con una persona más de 40 años mayor? ¿No es ese un abuso tan extremo que el que lo comete es considerado un criminal por la ley? ¿No es un avance cultural querer que sus hijas menores de edad no lo sufran y arruinen sus vidas?
Morales ganó por goleada su última reelección en 2014. Todavía podía contar con la enorme bonanza de las exportaciones del gas y demás materias primas fruto de los extraordinariamente altos precios de los mismos, a su vez fruto del enorme crecimiento económico de la China. Por si fuera poco, contaba con unas enormes reservas internacionales. Los buenos tiempos económicos, resultantes de esa coyuntura internacional que providencialmente para el MAS coincidió con su llegada al poder, continuaban y no era previsible que estos terminen, ciertamente no a corto plazo.
Es en ese contexto que el referéndum del 21F, propuesto por el Gobierno del MAS en 2016 para cambiar la Constitución, lograr la reelección indefinida y hacer de Morales presidente de por vida parecía un buen cálculo político. Sin embargo, Morales lo perdió. ¿Qué pasó? Zapata pasó.
No mantengo que el escándalo Zapata haya sido la única razón, ni siquiera la más importante, en la derrota del MAS el 21F. Pero cuando nos remitimos al resultado del referéndum que dio una apretada victoria a la negativa a la reelección indefinida, sí parece que decepcionó a un porcentaje suficientemente grande del electorado urbano como para hacer la diferencia entre esa victoria y una derrota. Con mayor razón lo haría ahora que aparece el abuso y la explotación de una quinceañera, por lo cual atacar a Morales por esos actos, lejos de ser contraproducente, sería muy efectivo, como lo demuestra la historia.