Al finalizar el año resulta útil ensayar una lista de apuntes positivos y negativos de lo relevante en materia diplomática en Bolivia durante 2023, a guisa de evaluación. Esto obliga a una reflexión de partida; ¿tiene Bolivia una política exterior?
Si el excanciller Rogelio Mayta, que estuvo al frente de la cancillería la mayor parte del año 2023, debería responder esta pregunta, con suerte podría hilvanar dos ideas juntas. Su gestión podría ser descrita como la más pobre de la que se tenga memoria en la historia del Ministerio de Relaciones Exteriores.
La Constitución Política del Estado contiene los principios generales de la política exterior, pero en la práctica muchos de estos no se cumplen y otros simplemente se pisotean; como el que señala que Bolivia es un Estado pacifista, que rechaza toda guerra de agresión para la solución de los conflictos entre Estados. Al respecto, este y el anterior año, la cancillería boliviana se pasó por alto este mandato constitucional y se abstuvo de rechazar la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania.
En el conflicto entre Israel y Hamás —grupo que gobierna el territorio palestino en la Franja de Gaza— la cancillería boliviana actuó también con una discutida parcialización. Nunca criticó el inicio de la escalada de violencia iniciada el 7 de octubre, cuando las fuerzas de Hamás atacaron territorio israelí, masacrando unas 1.400 personas, sobre todo civiles y capturando decenas de rehenes.
La condena de Bolivia al conflicto no fue principista, fue ideologizada. Solo apuntó a Israel que, evidentemente, viene empleado una exagerada violencia en la retaliación contra los palestinos, sin distinción. Pero Bolivia fue más allá, rompió relaciones diplomáticas con Israel, algo que ningún país en el mundo hizo, ni siquiera los más enconados rivales de este Estado creado hace 75 años.
En materia medioambiental, en agosto de este año una delegación de Bolivia acudió a la Cumbre Amazónica en Belém do Pará, Brasil, y se opuso a la cero deforestación. Después no hubo claridad en la condena a las quemas de nuestros bosques, porque saben que internamente el Estado las fomenta en detrimento de la salud de la población y en contra del cuidado de la madre tierra que se supone debe cuidarse.
En la quinta reunión de la Conferencia de las Partes en el Convenio de Minamata sobre el Mercurio, celebrada en Ginebra, Suiza, del 30 de octubre al 3 de noviembre, otra delegación de Bolivia llevó una posición muy débil respecto de paliativos al daño que ocasiona el uso del mercurio en la explotación del oro en varios ríos del país, sobre todo en las zonas tropicales. No se ofrecieron datos de la participación boliviana, pues desafortunadamente todo se maneja en sombras.
Sobre nuestra actuación en la Corte Internacional de Justicia y las dos derrotas sufridas en La Haya (2018 y 2022), la cancillería no ha reaccionado hasta ahora. Respecto del tema marítimo, es como si ya no existiera el anhelo de volver al mar y sobre las aguas del Silala, el silencio y la inacción son alarmantes.
En los procesos de integración, Bolivia ha mostrado una conducta errática. Con la Comunidad Andina de Naciones (CAN) ha forzado la presencia como magistrado del excanciller Rogelio Mayta, que no presentó ninguna experiencia en la CAN y nada de antecedentes sobre haber trabajado en el derecho comunitario, pero aun así hoy es juez de una de las instituciones más sólidas del proceso regional de integración, el Tribunal de Justicia de la Comunidad Andina (TJCA).
La buena noticia viene por el lado del Mercosur, mecanismo integrador en el que después de más de una década se ha ratificado la plena adhesión de Bolivia y aunque aún hay un largo camino por delante, resta esperar el trabajo de los técnicos nacionales para el éxito del proceso de armonización de las normas que ya están vigentes entre los países miembros del Acuerdo.
Con los Brics, la situación es menos auspiciosa, el presidente Arce Catacora viajó en agosto a Sudáfrica, probablemente para conocer buenas noticias sobre el pedido boliviano de adhesión, pero se encontró con una negativa que convirtió el largo viaje en un absurdo. Un verdadero portazo.
En esa cumbre, realizada el mes de agosto, Argentina fue invitada a sumarse al bloque, entonces ese país estaba gobernado por Alberto Fernández. Sin embargo ahora, el nuevo presidente, Javier Milei, decidió rechazar la invitación.
Con la hoja de coca y la intención de sacarla de la Lista 1 de la Convención de Viena, Bolivia requerirá un fuerte trabajo diplomático, es decir un desafío harto difícil para un equipo abusivamente diezmado.
Pero si estos apuntes pasan por lo multilateral, la situación no es nada sencilla en lo bilateral, al menos con los países vecinos. Con Argentina, por ejemplo, el futuro de la relación dependerá de cuan capaces sean en Plaza Murillo para diferenciar una política exterior que vele por los intereses del Estado de otra maniatada a posiciones ideológicas.
Con Brasil, la situación puede mejorar por la afinidad que existe con el presidente Lula da Silva, lo que no deberá suponer el descuido de nuestros intereses. Con Paraguay sería conveniente un mayor acercamiento, toda vez que ahora este país se ha convertido en el eje de la vía transoceánica entre el Atlántico y el Pacífico, protagonismo que Bolivia ha perdido por las debilidades institucionales que cada vez son más angustiantes.
Con Chile, si bien los gobiernos de La Paz y Santiago tienen una mirada política próxima, La Moneda siempre ha manejado sus relaciones internacionales bajo los sólidos intereses del Estado, algo que no terminan de entender los bolivianos que circunstancialmente dirigen nuestras relaciones internacionales. Será útil reflexionar sobre mantener o no rotas las relaciones diplomáticas con Chile.
En el caso del Perú, a comienzos de año el gobierno de Dina Boluarte, entregó a nuestro embajador en Lima una nota de protesta, por no entender el principio de no intervención en asuntos internos. Esto ha provocado el enfriamiento de la relación con ese país, que no termina de dar vuelta la página.
En conclusión, la tarea para la nueva ministra Celinda Sosa —que arrancó en Brasil con una sorprendente propuesta sobre la integración ferroviaria con los países del Mercosur, sin tener realmente redes nacionales de trenes, oriental y occidental— lleva a pensar que tendrá que reflexionarse mucho para salir del atolladero en el que ha sumido a nuestra cancillería el inefable don Rogelio despidiendo a más del 90% de los diplomáticos de carrera que hoy sostienen un proceso judicial por varios millones de dólares contra el Estado.