Los porcentajes son alarmantes: las ciudades del mundo ocupan el 3% de la superficie terrestre, pero representan el 70% del consumo de energía y son responsables del 75% de las emisiones de carbono. Dado que para el 2050 se proyecta que el 70% de la población vivirá en éstas, su planificación es fundamental en la lucha por revertir los desastres del cambio climático y las condiciones cada vez más hostiles de habitabilidad. Desde esa perspectiva, la ecología deja de ser sólo filosofía de hippies y el urbanismo sostenible deja de ser opción y se convierte, indiscutiblemente, en obligación.
¿En Cochabamba estamos haciendo algo al respecto? Pienso que no: en lo municipal, confundimos el progreso con la construcción de puentes y el incremento de alturas en los edificios, y en lo individual relacionamos el éxito con el tamaño y el modelo de nuestro vehículo. Siguiendo una costumbre inexplicable, avanzamos en sentido contrario a las ciudades vanguardistas. Dos claros ejemplos: París está realizando una profunda reestructuración para transformarse en una ciudad de “15 minutos”, donde el ciudadano pueda acceder a la mayoría de las infraestructuras básicas, a pie o en bicicleta, en un cuarto de hora; y Melbourne está identificando espacios infrautilizados para darles un nuevo uso, como el desarrollo de complejos residenciales sobre carreteras de flujo bajo, enlazados a redes existentes de transporte público.
Para que nuestros hijos y nietos no sucumban ante una catástrofe, debemos conformar un equipo multidisciplinario y realizar una planificación urbana sostenible proyectada hasta el 2050. Un trabajo responsable, sin improvisación ni politiquería, que los ciudadanos debemos proteger y hacer respetar por todas las gestiones municipales venideras, pues su implementación es necesariamente gradual.
Un punto fundamental es reducir drásticamente el mar vehicular en el que nuestra urbe está ahogada. Es frustrante ver que en otros países no sólo implementaron con éxito buses eléctricos de transporte masivo, sino que ya existen modelos que funcionan con biogás generado a partir de residuos orgánicos. Mientras tanto, en la ciudad del folklore, la chicha y el chicharrón, estamos sometidos por transportistas irresponsables y abusivos, montados en miles de pequeños taxitrufis, donde entran, embutidos, máximo ocho pasajeros.
Otro aspecto esencial es optimizar al máximo las áreas verdes. Siguiendo la iniciativa de valientes vecinos del parque Fidel Anze, se debería priorizar el bienestar general y convertir en bosques las canchas de pasto sintético, ahora cerradas con mallas metálicas para el lucro de unos pocos vivillos. Asimismo, se podrían identificar espacios infrautilizados y convertirlos en parques, como lo realizado hace pocos años en Nueva York, donde se construyó una vía peatonal colgante, diseñada con maravilloso paisajismo, sobre una antigua línea de tren.
También es imprescindible mejorar la gestión de residuos. Está comprobado que las prácticas de reciclaje, compostaje y reutilización contribuyen enormemente al urbanismo sostenible. En este punto, es indispensable involucrar a los ciudadanos -que en la actualidad se comportan peor que zorrillos-, educarlos, concienciarlos y finalmente obligarlos, mediante ley, a separar su basura y no botarla en la calle ni quemarla, y emitirles fuertes multas cuando transgredan la norma.
Asimismo, se debe implementar la agricultura urbana, que garantiza dotación alimentaria y reduce la distancia entre granja y consumidor. En otras ciudades, esta novedosa práctica incluye cultivos en azoteas, huertos verticales, huertos comunitarios y el fomento del cultivo de alimentos en escuelas y restaurantes. Esto está ligado a la verdadera arquitectura ecológica, que no tiene nada que ver con aumentar la altura de los edificios a cambio de detalles “ecológicos” intrascendentes, sino con la implementación de paneles solares, sistemas reales de reciclaje de agua, terrazas con cultivos realizados con sistemas hidropónicos, etc.
Los ciudadanos debemos despertar del letargo, dejar de aplaudir como focas de circo en las inauguraciones de obras de hormigón armado, y exigir a nuestras autoridades que de una vez presten atención a lo verdaderamente esencial. ¿Qué le deparará a Cochabamba el 2050? ¿Un colapso irremediable o un apacible bienestar?