El asunto de la lucha por la igualdad de género me provoca, en general, más confusiones que certezas. Quizás se deba a que padezco una deficiencia mental que me dificulta comprender los parámetros de esa batalla y, sobre todo, sus verdaderos fines.
Hace un par de semanas, una exministra de Igualdad, del gobierno de España y actual eurodiputada, escribió un post en X por el que apoyaba las palabras de la activista feminista Julia Salander: “Todos los hombres son violadores en potencia”.
La exministra “de la igualdad” complementaba la frase apuntando “la naturaleza sistémica de la violencia machista”. Y aseguraba que “los agresores machistas no son una excepción o una rareza sino más bien los hijos sanos del patriarcado (…). El machismo es una norma social y cultural que legitima a cualquier hombre –a todos los hombres- para ejercer violencia contra cualquier mujer”.
En mi estrechez mental, veo esto como un silogismo peligroso que, trasladado a la raza o a la religión, enervaría las almas más progresistas (con razón). Pareciera haber una falla en la traducción de las estadísticas: casi el 100% de las violaciones son cometidas por hombres. Lo que es una obviedad que solo un necio, muy necio, podría negar. Pero es aquí donde entra la fullería, que todos los violadores sean hombres, no significa que todos los hombres sean violadores. Ni siquiera potenciales. Es decir, todos somos potencialmente algo humano. Somos potencialmente ricos, investigadores, o practicantes de tiro con arco. Pero no es eso lo que intentan decirnos.
Consumo televisión española, sigo sus noticieros y cada noche, como premio a la superación casi indemne (las secuelas psicológicas son asintomáticas) de “la hora cero”, que comprende tareas escolares, duchas y preparación de loncheras, me meto a Pasapalabra como una concursante más. En un programa de debates de la única cadena que veo, logré deleitarme en tiempo real con la discusión de la activista Julia Salander -quien retomó la afirmación de que todos los hombres son potenciales violadores (rescatada de la célebre y pegajosa performance “el violador eres tú”, con la que el colectivo feminista chileno LASTESIS se hizo famoso)-, y un periodista que, cabreado por la acusación, terminó por puntualizarle: “Que tú seas lerda (“torpe para comprender algo”, según la RAE), no significa que todas las Julias sean lerdas”. ¡Ardió Troya! Quedaba claro entonces, que ella podía acusarlo impunemente de ser un potencial violador, pero que él no debía llamarla torpe.
Salander, -quien ya había dado muestras de su “sensatez” en otro programa, calificando de micromachismo el hecho de que un señor ayudara a una señora a subir su maleta al tren- debió tomar ese nombre “de guerra” de la protagonista de la saga literaria Millennium, Lisbeth Salander. Lo que supondrían un revés, pues esa Salander, la heroína moldeada por el escritor sueco ya fallecido, Stieg Larsson, es una proscrita y una inadaptada social.
Pero, además, la novela negra fue escrita por un hombre, un “potencial violador”. Un tipo que, según los estándares de muchas feministas actuales, de haber tenido la mínima oportunidad, habría violado a cualquier mujer. Solamente que ¡ay!, aquí se desmorona el argumento: cuando Larsson era joven, observó cómo tres amigos suyos violaban a una muchacha. Nunca se perdonó no haberlo evitado (de ahí que como un modo de apaciguar su remordimiento creara a la insumisa e independiente Lisbeth Salander), pero presumo que no se cuestionó jamás “no haber aprovechado la ocasión”.
Sin importar la cantidad de leyes que se promulguen o que se abroguen, existirán machistas que desprecien, maltraten, violen o asesinen a mujeres y que siempre merecerán la silla eléctrica, pero no cabe duda de que la majadería intelectual (esa que expone activamente su banalidad) subsistirá igualmente por los siglos de los siglos. Esta chica, como muchas otras -incluida la exministra de Igualdad española-, no se dan cuenta de que su misandria repele a quienes creemos en un feminismo sensato, honesto y menos histérico. Un feminismo más solvente. Como el de antes.
Sucede que cierto activismo, endeble como este, no resiste la pedagogía inversa. A Julia –a la que alguien calificó como integrante de una pandilla de graduadas en Estudios de Género que creen que pueden obligar a los hombres a cargar el peso de los criminales con los que solo tienen en común el sexo biológico-, se le preguntó si estaba de acuerdo con que no porque casi todas las prostitutas sean mujeres, todas las mujeres somos prostitutas. Ella no dudó en responder que así es...
Si este colectivo, que sobre la base de prejuicios intenta racionalizar el miedo al género masculino, se concentrara en aquellos hechos reales, tan evidentes como condenables, sin apuntar a todos los hombres como culpables, ganaría adeptos en vez de perder compañeras. Encima, sus adalides conseguirán que se crea que todas las mujeres somos (potencialmente) lerdas.