En el debate sobre la posición estratégica de un país, surge la clásica disyuntiva: ¿es mejor ser cabeza de ratón o cola de león? Con la reciente incorporación a los BRICS, el presidente Luis Arce Catacora parece haber optado por lo segundo. Sin embargo, queda por ver cuán fuerte es el león que hemos elegido y cómo se desenvolverá en una selva siempre impredecible.
Ser parte de este influyente bloque de estados emergentes ha generado curiosidad en la comunidad internacional, acostumbrada a escuchar de Bolivia alertas de golpes de Estado, bloqueos persistentes o, como broche de oro, el vergonzoso caso del estupro presidencial.
Esta semana, sin planificación previa ni anuncio oficial, el presidente Arce abordó el avión presidencial y voló a Rusia, probablemente informado a último momento de la decisión del bloque de incluir a Bolivia como nuevo socio, una figura inédita adoptada inesperadamente para los nueve países que se sumaron al grupo.
Antes del viaje a Kazán, sede del evento en Rusia, los informes señalaban que Venezuela había sido vetada por Brasil para su ingreso, lo que obligó a los organizadores a buscar un sustituto latinoamericano. En ese contexto, Bolivia fue la opción escogida, quizás por descarte, para cubrir el cupo geográfico.
Por el momento, los BRICS, con casi dos décadas de existencia, se limitan a ser una voz contestataria contra Occidente en la comunidad internacional. Funcionan como una plataforma para que los países emergentes coordinen sus posturas en foros internacionales y ejerzan una mayor influencia en la toma de decisiones globales. La unión de estos países busca desafiar el predominio de Estados Unidos y Europa en instituciones como el FMI y el Banco Mundial, impulsando un sistema económico más multipolar.
En medio de esta coyuntura, la Cancillería boliviana emitió un comunicado condenando las acciones de Israel en Oriente Medio, un gesto acertado ante los excesos de Benjamin Netanyahu. Sin embargo, guarda un silencio total sobre la guerra en Ucrania, iniciada con la invasión rusa. Es comprensible: Rusia es uno de los principales socios de Bolivia en los BRICS. Esta falta de coherencia resulta vergonzosa para un país que se proclama pacifista, pero adopta un doble rasero en la arena internacional.
Los posibles beneficios para Bolivia en esta alianza son, por ahora, difusos, ya que los BRICS no funcionan como un esquema de integración con derechos y obligaciones, sino como un espacio político. La idea de establecer lazos comerciales con países como Kazajistán, Uzbekistán o Uganda parece poco probable dada la casi inexistente relación previa, más allá de la actual etiqueta de “amigos de Putin”.
La gran pregunta persiste: ¿qué beneficios concretos aporta esta asociación a Bolivia? La respuesta no es simple. La inclusión del país genera escepticismo, aunque el litio podría ser una oportunidad, siempre y cuando los precios de este mineral no sigan cayendo como hasta ahora.
Por otra parte, no se vislumbra un apoyo financiero inmediato para resolver la crisis de la balanza de pagos. El Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, con sede en Shanghái, sigue siendo una promesa lejana, a pesar de sus imponentes 23 pisos de moderna arquitectura. Tampoco hay información clara sobre el Acuerdo de Reservas de Contingencia (CRA), un fondo de emergencia diseñado para apoyar a los países miembros en casos de crisis financiera.
La apuesta de Bolivia por los BRICS parece más un salto a ciegas. La prioridad es participar, sin importar cómo o en qué condición y con una institucionalidad diplomática pisoteada por el gobierno de Luis Arce Catacora.