La noche del 20 de septiembre fue mi oportunidad para vivir una de las experiencias más esperadas de los últimos meses: El palacio suena en Villa Albina, una propuesta inmersiva y sonora organizada por la Fundación Patiño. Desde su primera edición en el Palacio Portales, la expectativa por este evento ha sido tal que las entradas se agotan apenas se anuncian. Ahora, en esta nueva versión, el escenario no sería diferente.
Villa Albina se encuentra a las afueras de Cochabamba, en Vinto, por lo que la organización habilitó buses en tres horarios diferentes para facilitar la llegada al evento. El recorrido fue la primera parte de esta experiencia inmersiva. Desde el principio, el sonido nos envolvió: la narradora, a través de un parlante, comenzó a relatar la historia de la familia Patiño. Escuchar los nombres de René, Antenor, Graziella, Elena y Luz Mila, los cinco hijos de Simón y Albina, mientras veíamos fotografías antiguas de la familia, nos transportaba a otro tiempo. La narración no sólo servía de introducción al mundo de los Patiño, sino que nos invitaba a ser partícipes activos de la experiencia. Se nos entregaron hojas para que escribiéramos nuestros sueños, y nos pidieron que con ellas hiciéramos un barco de papel. Estábamos en camino hacia el “valle soñado”.
A medida que el bus avanzaba, el entorno cambiaba. Las luces de la ciudad quedaban atrás. Finalmente, llegamos a Villa Albina, que, bajo el cielo estrellado de Pairumani, parecía sacada de un cuento. El clima de la noche, despejado y sereno, nos ofrecía una bienvenida adecuada para lo que estaba por venir. Aunque la oscuridad cubría el camino, el aire fresco y la presencia de la naturaleza se hacían sentir.
La clave de la experiencia estaba en los audífonos. Apenas los colocamos, nos sumergimos en la historia de doña Albina. Su voz suave y melancólica nos guiaba por la hacienda, narrando sus días, sus sueños y la promesa que Simón le había hecho: construirle un palacio en el valle como símbolo de su amor eterno. A través de sus palabras, podíamos imaginar la vida que llevó junto a sus hijos en ese idílico paisaje, las risas de los pequeños corriendo por los jardines, el sonido del agua del Tunari regando los campos fértiles, y el murmullo del viento. Era como si el tiempo no hubiera pasado, y Albina aún estuviera allí, con nosotros, compartiendo su vida en una conversación íntima.
El contraste entre la naturaleza y la arquitectura del lugar nos recordaba que estábamos en un espacio donde lo humano y lo natural coexistían en perfecta armonía.
Al llegar al palacio, los ojos no sabían dónde posarse: las alfombras pintorescas, las imponentes lámparas antiguas que colgaban de los techos altos, los empapelados vieneses que adornaban las paredes. Cada rincón muestra el buen gusto y el lujo en el que vivía la familia Patiño. Las salas eran un deleite para los sentidos: la sala de té, con su aire refinado; la sala de juegos, la de lectura, que invitaba al sosiego y la introspección, y la sala de billar, que evocaba tardes de entretenimiento. Cada objeto, cada detalle, parecía haber sido dispuesto para contarnos una historia, para transportarnos a un pasado que, aunque lejano, parecía tan cercano en ese momento.
Llegó el momento de soltar mi barquito de papel que había hecho al inicio del viaje. Cada barco representaba un sueño, una esperanza, y al soltarlo en la fuente, ubicada en el centro del patio interior, lo dejé navegar junto a cientos de otros sueños, todos compartiendo el mismo espacio, todos esperando su oportunidad para hacerse realidad.
El jardín del palacio, iluminado por la luz de la luna y las estrellas, era el punto final de nuestra visita. Allí, bajo los árboles y rodeados de la naturaleza, fuimos espectadores de un video mapping en la fachada trasera del palacio, alucinante.
El regreso fue tranquilo, casi en silencio. La experiencia había sido tan envolvente que muchos de los asistentes se quedaron dormidos en el bus, todavía inmersos en las sensaciones que El palacio suena había despertado. Al llegar a casa me di cuenta que había sido testigo de una historia de amor única, había caminado por los mismos senderos que alguna vez recorrieron Simón y Albina, y había dejado volar mis propios sueños en un lugar donde, quizás, algún día también se cumplan.
Al día siguiente fue 21 de septiembre y me tocó vivir mi propia historia en el Día del Amor.