Siglos atrás, ya Confucio nos había legado aquel célebre “Arréglese al Estado como se conduce a la familia: con autoridad, competencia y buen ejemplo”. Y es que durante la semana, una vez más el mejor deportista boliviano de todos los tiempos, el raquetbolista chuquisaqueño “number one” del mundo Conrrado Moscoso Ortiz, nos ha regalado -con nuestros militantes votos- el galardón de ser elegido por The World Games como el Atleta del año 2023.
Más allá de la felicidad y orgullo que embarga a los bolivianos por esos sus sistemáticos éxitos globales, ni qué decir para los que amamos al raquetbol (el único deporte sostenidamente dorado y exitoso) y el gustito que hemos compartido. Rescato y aplaudo el ejemplo que nuestro Conrrado nos brinda no solamente a los de su generación, sino a todos, en tiempos de sequía extrema de buenos ejemplos. Su pasión, dedicación, disciplina, humildad, devoción, bonhomía, solidaridad, resiliencia y esfuerzo cotidiano que le salen por los poros, constituye sin duda alguna inspiración para todos nosotros. Necesitamos muchos más Conrrados.
En las antípodas de ese buen ejemplo inspirador, están los exmagistrados autoprorrogados, ahora empernados en su sillón cumpliendo las órdenes del titiritero del Prado. No habiendo sido suficiente con desempeñar ilegítimamente su cargo durante seis años (pues perdieron y por goleada en las elecciones judiciales), hicieron desaparecer sentencias que no gustaban a su jefazo, pervirtieron el sistema de elección de cargos medios o hasta llegaron a resolver que el delito de lesiones leves fuera de lesa humanidad (entre otras perlitas); o cuando les convino bajaron el dedo a su exjefazo (aunque la OC 28/17 de la Corte IDH ya lo había dejado resuelto) y luego se erigieron en jueces de su propia causa percutiendo consultas y resolviéndolas en su propio beneficio, degenerando de supuestos guardianes de la CPE y las leyes, en sus verdugos. Hoy, a la vista del desastre por ellos perpetrado en parte (la ALP tiene lo suyo), porfían en agrandar la magnitud de cataclismo institucional causado, jugando a que siguen siendo magistrados, haciendo “salas plenas”, nombrando “vocales” o hasta sorteando y resolviendo causas u otorgándose “medidas cautelares” incurriendo sus actos en la nulidad castigada por la CPE para quienes usurpan funciones que no les competen y/o realizan actos que no emergen de la CPE o la Ley. De hecho, aquella establece taxativamente que sus funciones cesan por cumplimiento de su lapso funcional.
Y no podía faltar. El cocalero y extirano expulsado por el soberano que intenta, fiel a su doctrina del meterle no más, volver como sea para nuevamente empernarse en el trono sine die como sus ídolos y modelos caribeños, reapareció, aunque como siempre, desde las sombras, con lo que mejor sabe: bloquear no solamente caminos, sino la viabilidad del país (que hipócritamente dijo y dice defender), esta vez -tamaño cinismo- señalando que defiende la democracia, el estado de Derecho y hasta la división de poderes (sí, aquella que una vez espetó que era un invento del imperio) e incluso exigiendo que sus exMASistrados dejen de empernarse en sus propios tronos. Y como los malos ejemplos abundan, usó, como de costumbre, a sus adictos serviles como objetos desechables para sus fines totalitarios, para que ellos arriesguen el pellejo, mientras él se hacía al desentendido desde su reducto del que cada vez menos puede salir.
Probablemente a esta altura de la lectura, el amable lector habrá ya establecido las enormes diferencias entre el buen ejemplo del raquetbolista y su vida versus los otros no sólo malos sino pésimos ejemplos, situados en las antípodas, es decir en los extremos opuestos.
Ciertamente, cada ser humano escoge entre ambos extremos con los matices propios que nos hacen a cada persona única. Dios nos da a cada quien habilidades diferentes, pero también la libertad de, con esas herramientas, construir o destruir, aportar o restar; en definitiva, nos hace y permite seamos únicos y diferentes, pero sobre todo humanos: que alumbremos o hagamos exactamente lo contrario depende de nuestras buenas o malas obras cotidianas, pues por sus obras los conoceréis (Mateo 7:15-20). “Un buen ejemplo es mejor que un buen precepto” (Dwight Lyman Moody).