¿Cómo es que la República Popular China, el segundo país más poblado del mundo, luego de la India, y la segunda economía más grande, después de la de Estados Unidos, ha pasado a ser el primer socio comercial de Bolivia, así como de otros países? Gran parte de la explicación tiene que ver con una palabra: pragmatismo. ¿Recuerda aquello de que “no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”? Fue este razonamiento el que llevó a la China a una reforma económica hasta encaramarse en el podio de los ganadores.
A la luz de la historia y las estadísticas de exportaciones e importaciones a escala global, la presencia de China en el comercio mundial es relativamente reciente, pero el gravitante rol que empezó a jugar a partir de su desempeño productivo se ha dado a pasos agigantados.
No resulta exagerado decir que con el ingreso de la China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), a principios del siglo XXI, el planeta ha empezado a depender, en gran parte, de lo que pase con este país en materia de intercambio de productos: Con 3,6 billones de dólares por exportaciones (oferta); 2,7 billones de dólares en importaciones (demanda) y un PIB cercano a 18 billones de dólares, no puede pasar desapercibido por tratarse del primer exportador y segundo importador del orbe.
Tan colosal suceso no fue casual, sino fruto de algo bien planificado y ejecutado, a partir de que el entonces líder del Partido Comunista chino, Deng Xiaoping, sin renunciar a su ideología, cultura, etc., optó por integrar a la China al mundo, ofreciendo las mejores condiciones al capital, tecnología y know how de países desarrollados de Occidente y Asia, para salir del ostracismo.
En poco tiempo, su apuesta por la reforma económica de fines de 1978, que no fue otra cosa que abrirse al mundo, dio lugar al llamado “milagro económico chino”, pasando este país a convertirse en “la fábrica del mundo” gracias al aluvión de inversión extranjera directa derivada de la seguridad jurídica e inmejorables condiciones infraestructurales, laborales y medioambientales, provocando el desmonte de fábricas y su traslado, desde países avanzados, a la China, un fenómeno conocido como “deslocalización productiva”.
A estas alturas se imaginará usted que el autor de lo dicho en el primer párrafo —“no importa el color del gato, sino, que cace ratones” — fue Deng Xiaoping, en otras palabras, quiso decir que no importaba si el radical modelo chino pasaba a ser un híbrido socialista-capitalista ya que lo que contaba eran los resultados: bajar la pobreza extrema, crear empleos que ayuden a mejorar la calidad de vida de su gente y proyectar a la China al mundo, lo que está logrando.
Hablar de made in China, más allá de la referencia geográfica, puede resultar un eufemismo, pues detrás de ello hay multimillonarias inversiones de capital y tecnología extranjeros que explican cómo China pasó tan rápidamente a ser uno de los más importantes global players. Ejemplo: la camioneta marca ZNA es fabricada en China, con tecnología japonesa, pero a mitad de precio. ZNA es el acrónimo de Zhengzhou Nissan Automobile, un vehículo producido por la japonesa Nissan, en Zhengzhou, una ciudad-factoría china.
Si la China se está comiendo al mundo por medio de las finanzas y el comercio, y, más allá de la ideología, no hay país que no compre o no quiera vender cada vez más a ese voraz mercado de más de 1.400 millones de personas, Bolivia no podía ser la excepción...
En efecto, China ha pasado a ser ya el primer socio comercial para Bolivia. En 2005, nuestro país compró 2.666 productos chinos por 163 millones de dólares; en 2023, el número de productos subió a 4.597 y pagamos 2.415 millones de dólares (la importación creció en 1.381% desde entonces). De China traemos, principalmente: vehículos, neumáticos, textiles, hornos, motocicletas, insumos, aparatos de comunicación y generadores eléctricos, cada uno de ellos por encima de los 20 millones de dólares. Pero ¿cómo nos va con las exportaciones?
En 2005, Bolivia vendió a China 37 bienes diferentes por 21 millones de dólares; en 2023 marcamos récord con 59 productos y 1.170 millones de dólares (crecimiento del 5.592%), en orden de importancia: plata, cinc, plomo y carne bovina —cada uno de ellos, holgadamente, por encima de los 100 millones de dólares— además de estaño, cobre, madera, antimonio, boratos, oro, ajonjolí, quinua, volframio, castaña, todos superando el millón de dólares.
Así las cosas, China no solo ha pasado a ser el primer país del que importamos, sino, el tercero más importante para nuestras exportaciones luego de Brasil (1.566 millones de dólares) e India (1.317 millones).
Por esto es que pensar en utilizar el yuan, no es un “cuento chino”, sino, una urgente necesidad para evitar que lo importado desde China escasee o suba de precio, dada la falta de dólares. Para concluir ¿y si nos preocupamos de exportar cada vez más a la China, a fin de conseguir de ellos los dólares o los yuanes que nos ayuden a importar?
El autor es economista y magíster en comercio internacional