Pese a que no me tocó vivir las revueltas setenteras ni he sufrido nunca un golpe de Estado, soy hija del exilio (mi padre, chileno, escapó de los tanques pinochetistas) con un padrastro boliviano entrenado militarmente en Albania para la guerrilla, quien sufrió clandestinidades, destierros y campos de concentración con torturas físicas y sicológicas.
Para los que no hemos hecho más que participar de alguna que otra manifestación pacífica es fácil añorar las épocas cuando las cosas se hacían en serio. O por lo menos con convicción. No como ahora, que a las personas se nos ha vuelto muy fino el cutis y ya no toleramos nada mientras sentimos merecer mucho. No extraño el cruce de balas, pero sí el compromiso y el desafío.
El triunfo de Trump trajo consigo mucha frustración en la izquierda mundial. Solo que una parte de esta izquierda, banal e infantil como se ha vuelto, se rebela contra lo que considera injusto de un modo distinto al de sus abuelos (aquellos que luchaban por las mejoras económicas de la mayoría, y no pensaban solo en promover más derechos y menos obligaciones para las minorías). Este progresismo usa un recurso algo vacuo para mi gusto: el victimismo; y prefiere hacer la revolución en la arena digital, donde los proyectiles se quedan en la nube. Aun así, hay quienes no resisten mucho en el campo de combate, por más virtual que sea.
X (antes Twitter) es lo más parecido a un cuadrilátero de boxeo; si bien más de uno piensa que está en un coliseo romano y que con un post bien puesto evoca una justa caballeresca. En esta red social descargamos nuestras fobias e iras (para la vanidad y la envidia están Instagram y Facebook). De ahí que la retirada de algún rabioso combatiente de este espacio digital sea vista como cobardía.
A pesar de que siempre hay una duda latente sobre abandonar o no las redes sociales (nos roban tiempo, nos aíslan, despiertan sentimientos que preferiríamos no profesar, y alteran nuestra paz mental), ese planteamiento se concentra fundamentalmente en X por su contenido político y la dinámica —en general cáustica— de los debates.
Esa condición ha provocado las semanas pasadas un éxodo (moderado). Dado que X fue comprada por Elon Musk —que se sumergió en la campaña electoral de Trump y ha sido elegido por él como encargado del Departamento de Eficiencia Gubernamental de EEUU—, quienes se retiran dicen estar jugando de visitantes y con árbitro vendido. Abandonando X no solo renuncian a la lucha ideológica, sino que además castigan a sus oponentes derechistas, que seguro no tolerarán esta derrota.
Dicen que soldado que huye sirve para otra guerra. Quizás los desertores de Twitter encuentren otro espacio en el cual arremeter sin adversarios en el frente. Así, estos guerreros (adalides del pluralismo y la libertad de expresión) podrán volverse vencedores de sus disputas unilaterales. Leí en el medio de comunicación del líder español, Pablo Iglesias, que lo que los izquierdistas que se quedan en X tienen que hacer, es “reconquistarla, obligar a Elon Musk a venderla, tomar su control mediante una cooperativa de trabajadores y devolverle su nombre original”.
Otra vía utilizada en la cruzada contra el fascismo estos días, que impulsará al presidente electo de Estados Unidos a apartarse definitivamente de la vida pública, es la afiliación al “movimiento 4B”. Resurgido como respuesta a la misoginia de Donald Trump tras el resultado electoral del 5 de noviembre, este movimiento propugna que sus integrantes, mujeres ellas, no se casen, no mantengan citas con hombres, no tengan relaciones sexuales con hombres y lo más importante, no tengan hijos (no vaya a ser que les salgan varones). Otra de sus consignas es romper con los novios que hayan votado por Trump y alejarse de aquellos que apoyaron al Partido Republicano.
Las consecuencias eventuales que persigue el “movimiento 4B” son el descenso de la natalidad, que a su vez ocasionaría el estancamiento de la economía, la falta de mano de obra debido a la escasez de trabajadores y finalmente la destrucción del sistema capitalista...
Ya lo sabe, si usted es parte de esta nueva izquierda la tiene fácil. Puede hacer la guerra practicando una de estas estrategias: o bien eliminando su cuenta de X o, si es mujer, dejando de hacer el amor con hombres. No puedo asegurarle que las cosas cambiarán de un momento a otro (los republicanos gobernarán Estados Unidos, Elon Musk no le regalará Twitter a Pablo Iglesias y el capitalismo en Suiza no será sustituido por el socialismo del siglo XXI), pero sí le garantizo que en su épica contienda no sufrirá ningún rasguño.
Y pues como a Trump ya hay quienes lo derrotarán, yo me ocuparé de otra batalla. Siguiendo algunas de estas novedosas formas bélicas, dejaré de leer la poesía de Rubén Darío, no conversaré con amigos nicaragüenses y no comeré más nacatamales. ¡Es hora de tumbar a Daniel Ortega!