Me tocó retornar a Venezuela después de 12 años, es decir, desde 2012. Retornéa Caracas con la imagen de entonces cuando todo era regulado, controlado y fiscalizado por el Gobierno: los dólares, el tipo de cambio, los precios de los alimentos, de las medicinas, de las viviendas, de los energéticos y de todo lo que uno pueda imaginarse.
Las calles estaban llenas de gente haciendo interminables filas para recibir una ración de alimentos, medicinas básicas o cupos de gasolina o diésel o GLP. Cambiar una moneda extranjera era cosa de magia y para hacerlo se debía ser muy cauteloso por la espada que tenían sobre la cabeza el que compraba como el que vendía la moneda. El Gobierno omnipotente sabe de todo, incluyendo cuánto cuesta hacer un pan o un mueble. La libertad de emprendimiento, anulada por completo.
Era un estatismo extremadamente secante. Todo ello después de las insensatas medidas económicas de Chávez y de sus absurdas expropiaciones de todo lo que se le venía en gana. Así no había la mínima gana de volver a Venezuela. Claro, los que manejaban el poder en esa época, vivían a cuerpo de rey y seguían gastando a mano suelta los petrodólares en infraestructuras absurdas y en extrema corrupción.
Este mes de noviembre de 2024, decidí asistir al Caracas Gas Fórum y fue algo grata mi sorpresa al comprender que la Caracas de hace 12 años había mejorado en algo para sus ciudadanos. Esto, muy a pesar de las sanciones que se imponen desde afuera a Venezuela, y que, desde mi punto de vista, al régimen no le hacen ni cosquillas, pero sí entorpecen las actividades de un pueblo que trata de levantarse de la mano del emprendimiento individual y de mayor libertad de acción en las actividades económicas.
En primer lugar, se puede notar el levantamiento del control de precios de bienes básicos, como alimentos, productos de higiene, de salud, etc. Para muestra un botón, por ejemplo, de aguda escasez de café, a poder elegir en el mercado entre más de 200 marcas. Supermercados y shopping centers abarrotados de todo lo que uno pueda imaginar. Señor, ¿paga en dólares o en bolívares soberanos o en alguna otra moneda?, preguntan las cajeras.
Pero claro, el dólar era moneda prohibida hace 12 años. Hoy en día circula, aunque con algunas imperfecciones, pero sirve de referencia para fijación de precios de bienes y servicios. El bolívar soberano, como he dicho, con sus imperfecciones, fluctúa y la economía está básicamente dolarizada. Es decir, los precios están fijados en dólares y pagados al tipo de cambio del mercado.
Apertura y negociación es algo que se respira y existe un optimismo cauteloso en el aire venezolano. Según conversaciones con diversos ciudadanos, en los últimos años se ha observado una transformación interna significativa, particularmente en el ámbito económico. El país ha abandonado las políticas estrictas del pasado, como las expropiaciones y los controles de precios, en favor de una postura más pragmática que reconoce la importancia del sector privado para la reactivación económica. Increíble como parezca, varios negocios entre comercios e industrias expropiados han sido retornados a sus propietarios originales y los han ido reactivando.
Sin duda que la economía venezolana parece encaminarse hacia una mejora, independientemente del resultado del escenario político. Esta visión se basa en la convicción de que no se volverá a un modelo de control estatal absoluto. Podemos deducir que no hubo un cambio de gobierno, pero sí hubo un cambio en el Gobierno. Es un cambio en lo económico y es un cambio en su modelo. Se dejó atrás por completo la estrategia expropiadora y la creación de empresas estatales. Aunque usted no lo crea querido lector, en Venezuela se buscan mecanismos de privatización de algunos sectores, en paralelo con el abandono de su estrategia de controles de precios.
Ya para finalizar, en la parte de energía, en los varios días en Caracas no vi una sola fila en busca de diésel o de gasolina en las estaciones de servicio. Me entró una muy sana envidia. Hay también, con este nuevo entorno, un giro importante en el rol de los privados y empresas internacionales. Antes era Pdvsa, quien quería empujar todos los negocios, ahora el Gobierno busca inversionistas en contramarcha con la limitante de sanciones impuestas.
Es que hasta los más insensatos se pueden dar cuenta de que el Estado empresario y el control de precios en los productos y servicios —incluyendo el tipo de cambio— no funciona y que solo trae malestar y desgracia económica para sus ciudadanos.
Lastimosamente, más al sur por mi querida república de Bolivia vamos yendo a tocar ese fondo que nadie quiere. Un viaje a Caracas no caería mal a los forjadores de política pública.
El autor es exministro de Hidrocarburos de Bolivia y actual socio director de Gas Energy Latin América